Los secretos del “Rey de los Pájaros” de La Violencia
Primera entrega del especial: Colombia, una historia de disputas políticas. Habla por primera vez la hija de “El Cóndor”.
Por Jorge Iván Posada | Enviado especial a Tuluá | Publicado el 10 de agosto de 2013
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Bienvenido a la casa de León María Lozano, me dice Violet, su hija. Soy el primer periodista a quien le decide abrir la puerta en este caserón de Tuluá donde atesora con celo una historia que, después de 57 años, sigue teniendo repercusiones en todo el país.
De León María solo queda su familia, un edificio de cinco pisos llamado “El Cóndor” y una placa conmemorativa en la Casa Conservadora. Pero los tulueños saben que esta es la tierra del “Rey de los Pájaros” al que se le responsabiliza de alrededor de 4.000 asesinatos, ocurridos entre 1948 y 1956. Por esos hechos violentos nunca fue condenado. “Los procesos penales que se le abrieron —cuatro por lo menos— no llegaron a ser juicio porque su poder de intimidación lo impidió”, dice Alberto Donadío en el libro El jefe supremo.
Desde la antropóloga Maria Victoria Uribe, pasando por los historiadores Gonzalo Sánchez y Mary Roldán, hasta el norteamericano David Bushnell, han definido a “los pájaros” como grupos paramilitares de los años 50 que perseguían y asesinaban a campesinos liberales. En Antioquia fueron conocidos como “la Chusma” o “Contrachusma”, en Boyacá como “la Chulavita” y en el Valle del Cauca como “los Pájaros”.
Pero otra es la historia que cuenta Violet de su padre y del grupo de pistoleros que lo secundaba. Esta mañana pide que me siente en la mecedora de madera donde León María descansaba de su peso, ponía los pies en una ponchera llena de agua caliente y buscaba el aire que siempre le faltaba a sus pulmones. También le pide al fotógrafo que no active la cámara.
Solo puedo apuntar en una libreta lo que recuerda. Ni para escribir Cóndores no entierran todos los días, Gustavo Álvarez Gardeazábal pudo entrar a esta casa —ubicada en la carrera 26 # 35 con 32— y conocer, de primera mano, de lo que tanto se habló en el pueblo. O por lo menos así lo asegura la familia.
—Yo soy Violet Lozano, de 76 años, tengo otra hermana, se llama Nancy Lozano: somos hijas de León María Lozano Lozano. Me he mantenido al margen, resguardada, y es la primera vez que voy hablar de esto —me dice.
Relata que su padre era muy caritativo, que todos los días iba a misa, que ayudó a construir el colegio y la iglesia de los salesianos, que criaba perros y le gustaba tomarse fotos con ellos, que tenía una lora llamada Margarita y practicaba esgrima dentro de la casa.
También cuenta que Agripina Flórez, su madrastra, se ganó la lotería en 1946 y como era una “viejita” ignorante, León María, el vendedor de quesos de la plaza de mercado, le administró la fortuna. Compraron esta casa e hicieron otras tres en la misma cuadra. Así amasó una mediana riqueza, ayudó a levantar la Casa Conservadora y se ganó la simpatía en Tuluá.
Violet recuerda que el 9 de abril de 1948, cuando asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán, “la chusma” liberal iba a matar a los padres salesianos del pueblo, entonces León María salió con un taco de dinamita en la mano, le prendió la mecha y se lo tiró a la turba de liberales que querían vengar la muerte de su líder.
Ahora esta mujer menuda junta las manos, se tapa la cara y aclara:
—Nunca lo vi matar a nadie.
La casa de “El Cóndor” tiene una sala grande, hay dispuestas cinco sillas en el lado izquierdo, un armario en el derecho, y una mesa en el centro con 10 fotografías enmarcadas de León María. Violet se dirige a un cuarto y de vuelta trae un álbum de pasta azul. En la cubierta se lee: 19 de abril de 1899 Tuluá - 10 de octubre de 1956 Pereira.
Las fechas de nacimiento y muerte de su padre.
—Este es mi tesoro —coge el libro, lo abraza y lo abre. Pasa las manos por la vieja cédula y la libreta militar, le da vuelta a las páginas hasta llegar a una foto de 1949 en la que aparece “El Cóndor” al lado del presidente Mariano Ospina Pérez.
Luego describe una imagen de 1952 de 10 “pájaros” en un solar, todos con la pistola desenfundada y apuntando a algo o a alguien que no aparece en la imagen. “El Cóndor” solo observa.
Sigue con otra del mismo año, de un tumulto de laureanistas de Tuluá, mientras el senador Gustavo Salazar, amigo íntimo de León María, da un discurso en la Casa Conservadora.
En otra está “El Cóndor”, en 1950, acompañado del también presidente Laureano Gómez. Se detiene, respira hondo, usted no está grabando, me pregunta. Vuelve y respira, pone el índice encima de un militar con charreteras.
—Mire, esta es la fotografía del general Rojas Pinilla con León María. Eso fue aquí en Tuluá cuando él ya era presidente.
Saca con delicadeza la libreta donde su padre anotaba los movimientos y puntajes de esgrima, los recortes del Diario del Pacífico y una foto pequeña de Tití, el perro pekinés que tenía.
—Mi papá fue, es y será lo mejor en mi vida. Yo lo seguí por todas partes. Hasta un día estuve con él en el Palacio de Nariño visitando al presidente Rojas Pinilla.
El “pájaro” ungido
Al otro extremo de Tuluá vive Santiago* en una pequeña casa de tapia, vieja. Él es uno de los últimos “pájaros” de La Violencia partidista. Conoció a León María, fue su amigo y hasta 1950 lo acompañó en algunas correrías por los municipios del Norte del Valle del Cauca.
Como muchos, se alejó de “El Cóndor” por lo que hacía con los campesinos liberales. Santiago quiere seguir en el anonimato.
—Yo he sido católico y un hombre de Dios no podía compartir lo que León María y “los pájaros” hacían —cuenta este hombre de 93 años.
Asegura que “El Cóndor” ya es un mito y que no fue cierta la historia que lo convirtió en héroe, la que habla de un León María que se enfrentó solo a los liberales para que no asesinaran a los curas salesianos. Esa que narró Gustavo Álvarez Gardeazábal en su novela.
—Eso es totalmente falso. Lo sé porque el 9 de abril de 1948 estuve con don León María y otros 10 conservadores. Lo único que hicimos fue vigilar las calles para que la chusma no atacara a los conservadores. Eso fue un viernes. El lunes llegó la Tercera Brigada del Ejército con el coronel Gustavo Rojas Pinilla, quien comandaba la división.
Ese mismo militar, dice, participó en un ágape privado para León María en una casa de Tuluá, meses después de la muerte de Gaitán. Relata que varios políticos del Partido Conservador asistieron a la reunión.
—Tuluá era en su mayoría liberal, y lo del 9 de abril había asustado mucho a la dirigencia conservadora. Vinieron las principales familias del Valle, el comandante Rojas Pinilla. Todos ungieron a León María como el cruzado para defender el Partido. Él dijo que sí, que tenía cojones. Yo estuve en esa reunión y eso hasta ahora lo vengo a contar porque todos los que estuvimos allí ya murieron —trae a la memoria estos episodios con su voz ronca.
Interrumpe la historia para concluir que aquel vendedor de quesos no era un simple campesino rústico e ignorante como quedó consignado en la historia, sino un líder de la calle que hacía valer su palabra con tiros. Era el laureanista que trabajaba de la mano con la Policía, el Ejército, que sacaba de la cárcel a “los pájaros” que eran detenidos, que amenazaba a los jueces de instrucción criminal de Tuluá, Buga y de Cali si querían investigarlo.
Que comandó la masacre de Ceilán el 21 de octubre de 1949: 150 personas fueron asesinadas a machetazos, sus casas incendiadas y los cuerpos tirados a las quebradas. Que fue el responsable de la muerte de ocho notables políticos liberales que escribieron una carta que publicó El Tiempo el 8 de julio de 1955 en la que denunciaron la persecución a los campesinos.
—Nunca mató pero sí daba las órdenes —finaliza Santiago.
Su historia coincide con la de Ignacio Cruz Roldán quien redactó la llamada Carta Suicida y fue el único que sobrevivió a “los pájaros”. Cinco décadas después, se le borraron los recuerdos por el alzhéimer. Como interdicto vive solo en su vieja casa de Tuluá. Solo alcanza a decir, una y otra vez: —Fuimos 10 los que firmamos la carta donde denunciamos a León María. La publicó El Tiempo y lo cerraron.
Pero esos no son los días, los viajes y las noches que con tanto celo custodia Violet.
—Ni mis hijos se han sentado a ver el álbum. Yo he escrito mucho sobre mi papá, pero nadie lo ha leído.
Me pide que nos levantemos de la sala. Me lleva hasta el solar donde León María solía reunirse con “los pájaros” como asegura Santiago. Señala hacia donde estaba el fogón de leña, allá León María tomaba más aire, acá lo veían Violet y Agripina antes de irse para la plaza de mercado, todas las mañanas.
El 24 de mayo de 1952, León María salió de su casa. Al pasar al frente del colegio de los salesianos, dos hombres lo sorprendieron por la espalda y le dispararon en tres oportunidades con una escopeta. Sobrevivió. Luego vino la expulsión de Tuluá, ordenada por Rojas Pinilla.
De vuelta a la sala, Violet abre de nuevo el álbum y repasa el año en el que fueron desterrados. En una fotografía aparece con Agripina, Tití, Margarita y León María en Puerto Colombia. A “El Cóndor” le cuidan la espalda dos “pájaros”. En otra imagen Violet sonríe al lado de su padre, en Bucaramanga.
La última imagen que puedo ver es la de Agripina y un casado y atribulado León María. Fue tomada en Pereira. En esa ciudad, el 10 de octubre de 1956, un hombre de sombrero y saco negro le disparó con un revólver al “Rey de los Pájaros”. Fue enterrado en Pereira y ahora sus restos reposan en una de las criptas de la iglesia salesiana de Tuluá.
Violet cierra los ojos, los abre, me mira.
—Esto es todo —asegura.
Pese a mi insistencia de ver todas las fotografías, Violet cierra el libro.
—Entonces, ¿por qué a su padre le decían “El Cóndor”?
—Porque volaba muy alto —responde y se queda en silencio. Me paro de la silla de León María Lozano y dejó atrás a su hija con otros secretos bien guardados
De León María solo queda su familia, un edificio de cinco pisos llamado “El Cóndor” y una placa conmemorativa en la Casa Conservadora. Pero los tulueños saben que esta es la tierra del “Rey de los Pájaros” al que se le responsabiliza de alrededor de 4.000 asesinatos, ocurridos entre 1948 y 1956. Por esos hechos violentos nunca fue condenado. “Los procesos penales que se le abrieron —cuatro por lo menos— no llegaron a ser juicio porque su poder de intimidación lo impidió”, dice Alberto Donadío en el libro El jefe supremo.
Desde la antropóloga Maria Victoria Uribe, pasando por los historiadores Gonzalo Sánchez y Mary Roldán, hasta el norteamericano David Bushnell, han definido a “los pájaros” como grupos paramilitares de los años 50 que perseguían y asesinaban a campesinos liberales. En Antioquia fueron conocidos como “la Chusma” o “Contrachusma”, en Boyacá como “la Chulavita” y en el Valle del Cauca como “los Pájaros”.
Pero otra es la historia que cuenta Violet de su padre y del grupo de pistoleros que lo secundaba. Esta mañana pide que me siente en la mecedora de madera donde León María descansaba de su peso, ponía los pies en una ponchera llena de agua caliente y buscaba el aire que siempre le faltaba a sus pulmones. También le pide al fotógrafo que no active la cámara.
Solo puedo apuntar en una libreta lo que recuerda. Ni para escribir Cóndores no entierran todos los días, Gustavo Álvarez Gardeazábal pudo entrar a esta casa —ubicada en la carrera 26 # 35 con 32— y conocer, de primera mano, de lo que tanto se habló en el pueblo. O por lo menos así lo asegura la familia.
—Yo soy Violet Lozano, de 76 años, tengo otra hermana, se llama Nancy Lozano: somos hijas de León María Lozano Lozano. Me he mantenido al margen, resguardada, y es la primera vez que voy hablar de esto —me dice.
Relata que su padre era muy caritativo, que todos los días iba a misa, que ayudó a construir el colegio y la iglesia de los salesianos, que criaba perros y le gustaba tomarse fotos con ellos, que tenía una lora llamada Margarita y practicaba esgrima dentro de la casa.
También cuenta que Agripina Flórez, su madrastra, se ganó la lotería en 1946 y como era una “viejita” ignorante, León María, el vendedor de quesos de la plaza de mercado, le administró la fortuna. Compraron esta casa e hicieron otras tres en la misma cuadra. Así amasó una mediana riqueza, ayudó a levantar la Casa Conservadora y se ganó la simpatía en Tuluá.
Violet recuerda que el 9 de abril de 1948, cuando asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán, “la chusma” liberal iba a matar a los padres salesianos del pueblo, entonces León María salió con un taco de dinamita en la mano, le prendió la mecha y se lo tiró a la turba de liberales que querían vengar la muerte de su líder.
Ahora esta mujer menuda junta las manos, se tapa la cara y aclara:
—Nunca lo vi matar a nadie.
La casa de “El Cóndor” tiene una sala grande, hay dispuestas cinco sillas en el lado izquierdo, un armario en el derecho, y una mesa en el centro con 10 fotografías enmarcadas de León María. Violet se dirige a un cuarto y de vuelta trae un álbum de pasta azul. En la cubierta se lee: 19 de abril de 1899 Tuluá - 10 de octubre de 1956 Pereira.
Las fechas de nacimiento y muerte de su padre.
—Este es mi tesoro —coge el libro, lo abraza y lo abre. Pasa las manos por la vieja cédula y la libreta militar, le da vuelta a las páginas hasta llegar a una foto de 1949 en la que aparece “El Cóndor” al lado del presidente Mariano Ospina Pérez.
Luego describe una imagen de 1952 de 10 “pájaros” en un solar, todos con la pistola desenfundada y apuntando a algo o a alguien que no aparece en la imagen. “El Cóndor” solo observa.
Sigue con otra del mismo año, de un tumulto de laureanistas de Tuluá, mientras el senador Gustavo Salazar, amigo íntimo de León María, da un discurso en la Casa Conservadora.
En otra está “El Cóndor”, en 1950, acompañado del también presidente Laureano Gómez. Se detiene, respira hondo, usted no está grabando, me pregunta. Vuelve y respira, pone el índice encima de un militar con charreteras.
—Mire, esta es la fotografía del general Rojas Pinilla con León María. Eso fue aquí en Tuluá cuando él ya era presidente.
Saca con delicadeza la libreta donde su padre anotaba los movimientos y puntajes de esgrima, los recortes del Diario del Pacífico y una foto pequeña de Tití, el perro pekinés que tenía.
—Mi papá fue, es y será lo mejor en mi vida. Yo lo seguí por todas partes. Hasta un día estuve con él en el Palacio de Nariño visitando al presidente Rojas Pinilla.
El “pájaro” ungido
Al otro extremo de Tuluá vive Santiago* en una pequeña casa de tapia, vieja. Él es uno de los últimos “pájaros” de La Violencia partidista. Conoció a León María, fue su amigo y hasta 1950 lo acompañó en algunas correrías por los municipios del Norte del Valle del Cauca.
Como muchos, se alejó de “El Cóndor” por lo que hacía con los campesinos liberales. Santiago quiere seguir en el anonimato.
—Yo he sido católico y un hombre de Dios no podía compartir lo que León María y “los pájaros” hacían —cuenta este hombre de 93 años.
Asegura que “El Cóndor” ya es un mito y que no fue cierta la historia que lo convirtió en héroe, la que habla de un León María que se enfrentó solo a los liberales para que no asesinaran a los curas salesianos. Esa que narró Gustavo Álvarez Gardeazábal en su novela.
—Eso es totalmente falso. Lo sé porque el 9 de abril de 1948 estuve con don León María y otros 10 conservadores. Lo único que hicimos fue vigilar las calles para que la chusma no atacara a los conservadores. Eso fue un viernes. El lunes llegó la Tercera Brigada del Ejército con el coronel Gustavo Rojas Pinilla, quien comandaba la división.
Ese mismo militar, dice, participó en un ágape privado para León María en una casa de Tuluá, meses después de la muerte de Gaitán. Relata que varios políticos del Partido Conservador asistieron a la reunión.
—Tuluá era en su mayoría liberal, y lo del 9 de abril había asustado mucho a la dirigencia conservadora. Vinieron las principales familias del Valle, el comandante Rojas Pinilla. Todos ungieron a León María como el cruzado para defender el Partido. Él dijo que sí, que tenía cojones. Yo estuve en esa reunión y eso hasta ahora lo vengo a contar porque todos los que estuvimos allí ya murieron —trae a la memoria estos episodios con su voz ronca.
Interrumpe la historia para concluir que aquel vendedor de quesos no era un simple campesino rústico e ignorante como quedó consignado en la historia, sino un líder de la calle que hacía valer su palabra con tiros. Era el laureanista que trabajaba de la mano con la Policía, el Ejército, que sacaba de la cárcel a “los pájaros” que eran detenidos, que amenazaba a los jueces de instrucción criminal de Tuluá, Buga y de Cali si querían investigarlo.
Que comandó la masacre de Ceilán el 21 de octubre de 1949: 150 personas fueron asesinadas a machetazos, sus casas incendiadas y los cuerpos tirados a las quebradas. Que fue el responsable de la muerte de ocho notables políticos liberales que escribieron una carta que publicó El Tiempo el 8 de julio de 1955 en la que denunciaron la persecución a los campesinos.
—Nunca mató pero sí daba las órdenes —finaliza Santiago.
Su historia coincide con la de Ignacio Cruz Roldán quien redactó la llamada Carta Suicida y fue el único que sobrevivió a “los pájaros”. Cinco décadas después, se le borraron los recuerdos por el alzhéimer. Como interdicto vive solo en su vieja casa de Tuluá. Solo alcanza a decir, una y otra vez: —Fuimos 10 los que firmamos la carta donde denunciamos a León María. La publicó El Tiempo y lo cerraron.
Pero esos no son los días, los viajes y las noches que con tanto celo custodia Violet.
—Ni mis hijos se han sentado a ver el álbum. Yo he escrito mucho sobre mi papá, pero nadie lo ha leído.
Me pide que nos levantemos de la sala. Me lleva hasta el solar donde León María solía reunirse con “los pájaros” como asegura Santiago. Señala hacia donde estaba el fogón de leña, allá León María tomaba más aire, acá lo veían Violet y Agripina antes de irse para la plaza de mercado, todas las mañanas.
El 24 de mayo de 1952, León María salió de su casa. Al pasar al frente del colegio de los salesianos, dos hombres lo sorprendieron por la espalda y le dispararon en tres oportunidades con una escopeta. Sobrevivió. Luego vino la expulsión de Tuluá, ordenada por Rojas Pinilla.
De vuelta a la sala, Violet abre de nuevo el álbum y repasa el año en el que fueron desterrados. En una fotografía aparece con Agripina, Tití, Margarita y León María en Puerto Colombia. A “El Cóndor” le cuidan la espalda dos “pájaros”. En otra imagen Violet sonríe al lado de su padre, en Bucaramanga.
La última imagen que puedo ver es la de Agripina y un casado y atribulado León María. Fue tomada en Pereira. En esa ciudad, el 10 de octubre de 1956, un hombre de sombrero y saco negro le disparó con un revólver al “Rey de los Pájaros”. Fue enterrado en Pereira y ahora sus restos reposan en una de las criptas de la iglesia salesiana de Tuluá.
Violet cierra los ojos, los abre, me mira.
—Esto es todo —asegura.
Pese a mi insistencia de ver todas las fotografías, Violet cierra el libro.
—Entonces, ¿por qué a su padre le decían “El Cóndor”?
—Porque volaba muy alto —responde y se queda en silencio. Me paro de la silla de León María Lozano y dejó atrás a su hija con otros secretos bien guardados
En definitiva
Alrededor de 200 mil personas murieron en todo el país durante La Violencia partidista. El Norte del Valle fue el escenario principal de la disputa entre campesinos liberales y conservadores.La guerra de los años 50 repercute en la de ahora
Gustavo Álvarez GardeazábalEscritor
Es cierto que la guerra anterior, la de los años 50, repercute en esta. Aunque eso es tan falso como verdadero. Cuando llegaron los españoles, los indios estaban en una guerra atroz entre ellos y desde allí nosotros hemos tenido y modificado el gen de la violencia como parte vital del Estado colombiano.
Después de la Independencia nosotros no hemos parado de tener violencia, desde 1811 hasta ahora seguimos en las mismas. Pero si la miramos desde otro ángulo se ve que perdimos 80 años de historia. Resulta que en 1936 Alfonso López Pumarejo dicta la Ley 200, y ahora ve uno a las Farc tratando de implementarla. Es decir, el país debió haberla implementado y se hubiera evitado esto que seguimos viviendo. Perdimos 80 años. Entre esa Ley y lo de ahora sucedió el intento de reforma que él hace que en vez de ser agraria se vuelve social y obliga a que los patronos le paguen a los campesinos prestaciones sociales, les den zapatos porque vivían descalzos. Sin embargo, desde el mismo
Partido Liberal, Alberto Lleras Camargo, le hace una contrareforma a esa ley con un espíritu anticomunista que imperaba en el mundo. Después llega Carlos Lleras Restrepo y le hace el ajuste del Incora, después llegan las Farc y hacen la reforma agraria a la brava, que son esas zonas de reserva campesina que hoy están defendiendo para quedarse con ellas y no pagan la tierra y tampoco la ponen a producir. Después viene la reforma de los paras que les quitan la tierra a los campesinos matándolos, y esa tierra es en buena parte la que tiene el Estado. Y ahora llegará la reforma de la paz santista en donde organizarán núcleos en un problema agrario que ya no es válido económicamente porque solo a las Farc se les ocurre que el problema de este país es agrario.
Es cierto que la guerra anterior, la de los años 50, repercute en esta. Aunque eso es tan falso como verdadero. Cuando llegaron los españoles, los indios estaban en una guerra atroz entre ellos y desde allí nosotros hemos tenido y modificado el gen de la violencia como parte vital del Estado colombiano.
Después de la Independencia nosotros no hemos parado de tener violencia, desde 1811 hasta ahora seguimos en las mismas. Pero si la miramos desde otro ángulo se ve que perdimos 80 años de historia. Resulta que en 1936 Alfonso López Pumarejo dicta la Ley 200, y ahora ve uno a las Farc tratando de implementarla. Es decir, el país debió haberla implementado y se hubiera evitado esto que seguimos viviendo. Perdimos 80 años. Entre esa Ley y lo de ahora sucedió el intento de reforma que él hace que en vez de ser agraria se vuelve social y obliga a que los patronos le paguen a los campesinos prestaciones sociales, les den zapatos porque vivían descalzos. Sin embargo, desde el mismo
Partido Liberal, Alberto Lleras Camargo, le hace una contrareforma a esa ley con un espíritu anticomunista que imperaba en el mundo. Después llega Carlos Lleras Restrepo y le hace el ajuste del Incora, después llegan las Farc y hacen la reforma agraria a la brava, que son esas zonas de reserva campesina que hoy están defendiendo para quedarse con ellas y no pagan la tierra y tampoco la ponen a producir. Después viene la reforma de los paras que les quitan la tierra a los campesinos matándolos, y esa tierra es en buena parte la que tiene el Estado. Y ahora llegará la reforma de la paz santista en donde organizarán núcleos en un problema agrario que ya no es válido económicamente porque solo a las Farc se les ocurre que el problema de este país es agrario.
El libro de Franco
La investigación de Omar Franco Duque, detallada en su libro Carta suicida de Tuluá, próximo a publicarse en el Senado por el Partido Liberal, revela cómo esa historia de León María Lozano se construyó con un hecho que no fue cierto. “Torcieron la historia con ese mito de que León María defendió a los curas que los iban a matar. Eso no fue cierto, en parte esa historia ha servido para justificar todo lo que pasó en Tuluá, en nombre de ese hecho que no sucedió”.
Comentarios de los lectores
1 Comentarios - 11 de agosto de 2013
- luferbah Comentario realizado el 8/10/2013 4:59:19 PMdefinitivamente este pais se repite una y otra vez..bolivaristasl contra santanderistas, liberales contra conservadores, chusma contra pajaros, AUC contra Guerrilla, Urabaños contra oficina...el mismo pais desde hace 200 años ...apague y vámonos.
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