¿Estuvo Adolfo Hitler en Tunja después de la guerra?
¿Estuvo Adolfo Hitler en Tunja después de la guerra?
Por: REDACCIÓN ELTIEMPO.COM |
Eso, por lo menos, es lo que asegura Basti. Lo afirma, cuenta, con base en una investigación que ha hecho por más de veinte años en los que revisó “documentos de archivo, diarios de la época, informes secretos de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA), además de hacer una treintena de entrevistas”.
Pero su hipótesis, aunque asombrosa, puede parecer pretenciosa a los ojos de los historiadores, de los académicos. Ellos desconfían de esa versión. Para unos es tan solo un mito que jamás dejará de ser alimentado, pese a que haya pruebas irrefutables que confirmen lo contrario. Para otros es, simplemente, una gran estrategia de venta de libros.
EL TIEMPO consultó a Basti para que nos relatara esa supuesta visita de Hitler a Colombia, basada, como asegura desde Bariloche, en dos documentos de la CIA creados el 3 y del 17 de octubre de 1955. Lo mismo hizo con dos historiadores. Ambos coincidieron en que esa interpretación es del todo improbable.
Es posible, de acuerdo al relato de Basti, que un grupo de alemanes hayan saludado a Hitler con su mano extendida. Que le hayan recordado que él, aunque estuviese en Tunja, Boyacá, y aunque todos lo creyeran muerto, seguía siendo el ‘Führer’. Ese día del primer mes de 1955 se lo recordaron una y otra vez. Así, al menos, lo asegura una de las tantas páginas que tiene en su poder en San Carlos de Bariloche el periodista.
Él dio con esos papeles luego de buscar por dos décadas cómo —alimentando una hipótesis con la que se tropezó en 1994— había sido la vida del líder nazi después de muerto; después de que todos pensaran que se había suicidado en un búnker cuando los soviéticos entraron a Berlín.
Lo que encontró ya es de conocimiento público: que salió en un avión hacia España días antes de que el Ejército Rojo bombardeara la capital germana el 20 de abril del 45; que de ahí, posiblemente en marzo, tomó un submarino con otros altos mandos; que paró en la islas Canarias; que estaba con Eva Braun, su esposa; que desembocó en la costa patagónica y que, al final, tomó un tren y fue a parar en la hacienda San Ramón, a 15 kilómetros de Bariloche. Luego, con constancia, cambió de residencia. No tuvo lujos; no vivió en la opulencia.
Pero lo insólito en el lapso de su supuesta llegada y su supuesta muerte el 5 de febrero de 1971 en Paraguay, según cálculos de Basti, es que haya pisado territorio colombiano; haya estado en Tunja.
¿La razón? De acuerdo a los documentos de la CIA, en aquel entonces la capital boyacense acogía a no pocos nazis que —lee en el informe el argentino—, lo respetaban, lo admiraban y saludaban de la misma forma que lo hacían en Alemania. Pero el verdadero fondo de su visita no se sabe con certeza.
Se sabe que su contacto fue un tal Phillip Citröen, nazi representante de una empresa naval danesa en Venezuela que por esa época trabajaba en Colombia con una compañía de ferrocarriles. Él, según le contó a uno de sus trabajadores alemanes —también integrante de las tropas en la guerra—, fue quien le permitió a Hitler llegar hasta Tunja. Y ese trabajador fue, justamente, la voz que le contó todo al agente estadounidense.
En su fugaz paso, Hitler, que había llegado al país en enero de 1955 bajo el nombre de Adolf Schüttelmayor o Schüttelmeyer (en el informe, dice Basti, lo citan de ambas maneras), se reunió en un lugar llamado ‘Residencias coloniales’.
Pero del encuentro nada se sabe, como tampoco si llegó a estar en otras ciudades. “Y yo —asegura— me atengo a lo que dice en el papel. Te estoy leyendo. Solo hay esos datos. ¡Ah!, además de la historia de la foto”.
Y la historia fue así: Citröen, proveniente de Maracaibo, habría logrado tomarse un retrato junto al ‘Führer’ y ante la insistencia de su trabajador —de nombre incierto porque aparece tachado por la CIA— Citröen se la prestó.
“Él la tuvo en sus manos por unas horas, tiempo suficiente para ser reproducida. Lo intentó, pero, infortunadamente, la calidad de los negativos era muy pobre para hacer una copia. Y los originales tuvieron que ser devueltos a su jefe”.
De la supuesta estancia de Hitler en Suramérica se sabe en realidad muy poco. La versión de su fuga jamás ha sido confirmada y no son pocos los expertos que aseguran que esos relatos están hechos con base en rumores.
Sin embargo, Basti afirma que toda su investigación está sustentada en cientos de documentos y en diarios de la época. “Si se revisan —reitera— los periódicos, los programas de radio, uno se da cuenta de que la versión de la escapatoria sí existía. El suicidio fue una trama creada por un círculo de nazis. Si me lo piden, puedo hacer públicos los documentos”.
Además el periodista dice que entrevistó a personas que de alguna manera lograron acercarse a Hitler. Por ejemplo: un militar brasilero, hijo de un alemán exiliado, fue quien le reveló que el líder murió en Paraguay, a donde tuvo que trasladarse tiempo después de ser derrocado Juan Domingo Perón en la llamada Revolución Libertadora.
“Allí, en territorio guaraní, llegó bajo el pseudónimo de Kurt Bruno Kirchner. Se instaló y asistió con frecuencia a unas reuniones secretas en una especie de cripta, a la que solo iban hombres”, asevera.
Pero pese a esas presuntas evidencias, para José Ángel Hernández, profesor de Historia de la Universidad de La Sabana, todo se trata de una estrategia para vender libros.
“Sí hay registro de diarios e informes elaborados en los años 40 y 50 —explica Hernández—. Yo, incluso, leí algunos. Pero hay que tener en cuenta que en ese entonces se publicaban muchas cosas que también hacían parte de mitos. Sí: se sabe que existió Odessa, el grupo de colaboración nazi que ayudaba a salir de Alemania a miembros de las SS. Pero solo eran ‘jefecillos’.
También se sabe que algunos llegaron a Argentina y que personajes como Josef Mendele (llamado ‘El ángel de la muerte’) terminaron en Brasil. Pero no hay la más mínima posibilidad de que Hitler haya terminado en Latinoamérica. Él se suicidó con Eva Braun y luego quemaron sus cuerpos. Hasta encontraron el arma con la que lo había hecho”.
De forma parecida piensa Germán Sahid, historiador y profesor de Ciencias políticas de la Universidad del Rosario. Para él, la historia de Basti es una forma más de alimentar las creencias de una especie de esoterismo nazi que, inclusive, creen que Hitler nunca va a morir.
“Lo que cuenta el argentino es poco convincente por varias razones. Primero, porque apenas termina la Segunda Guerra Mundial comienza la Guerra Fría. Y Estados Unidos no estaba dispuesto a apoyar a un régimen fascista o dictatorial. Si lo hizo luego fue para mantener ciertas bases militares. Además, el hecho de que se asegure que después usó el apellido Kirchner, es solo un vínculo mediático para involucrar a la actual presidenta argentina”, afirma.
Para Sahid, además, las probabilidades de que el ‘Führer’ haya pisado tierras colombianas son también inexistentes. “El registro más cercano —dice— es en el libro ‘Mi lucha’, en el que Hitler hace alusión a El Dorado como un territorio valioso y en un memorando en el que escribe que si América Latina apoyaba la guerra tenían que establecerse en Caracas. Pero eso jamás sucedió. Y aunque había inversiones germanas como la Siemens o el Banco Nacional Alemán, no teníamos acercamientos diplomáticos”.
De hecho, como señala Sahid, llegar a nuestro país no le resultaba conveniente porque estábamos muy alejados de la geopolítica europea y había una significativa presencia de agentes estadounidenses y rusos. “No era prudente, en caso de haber sobrevivido, que hubiese venido cuando Colombia era aliada de EE.UU. Es más: acá teníamos una especie de campos de reclusión para los alemanes”.
Basta, para comprobar ello, echarle un vistazo a ‘Los informantes’, de Juan Gabriel Vásquez. Allí se retoma la historia de cómo, en esta parte del continente, se manejaban las llamadas ‘listas negras’, consecuencia de las políticas del presidente Roosevelt. Y eso obligaba al confinamiento de alemanes en hoteles colombianos
CERRAR PAUTA
Portada del libro 'Tras los pasos de Hitler' de Abel Basti.
Foto: Archivo particular Según el escritor Abel Basti, el líder nazi llegó en 1955. ¿Qué tan veraz puede ser esta historia?
La polémica se desató hace más de una semana. Abel Basti, periodista, escritor, volvió a tocar, con su libro ‘Tras los pasos de Hitler’ (editorial Planeta), una controversia que no es nueva: el líder nazi, según él, jamás se suicidó. En verdad —dice— murió en Latinoamérica; murió en Paraguay. Pero antes viajó por Argentina, viajó por Brasil. Estuvo, incluso, en Colombia; en Tunja, la capital de Boyacá.Eso, por lo menos, es lo que asegura Basti. Lo afirma, cuenta, con base en una investigación que ha hecho por más de veinte años en los que revisó “documentos de archivo, diarios de la época, informes secretos de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA), además de hacer una treintena de entrevistas”.
Pero su hipótesis, aunque asombrosa, puede parecer pretenciosa a los ojos de los historiadores, de los académicos. Ellos desconfían de esa versión. Para unos es tan solo un mito que jamás dejará de ser alimentado, pese a que haya pruebas irrefutables que confirmen lo contrario. Para otros es, simplemente, una gran estrategia de venta de libros.
EL TIEMPO consultó a Basti para que nos relatara esa supuesta visita de Hitler a Colombia, basada, como asegura desde Bariloche, en dos documentos de la CIA creados el 3 y del 17 de octubre de 1955. Lo mismo hizo con dos historiadores. Ambos coincidieron en que esa interpretación es del todo improbable.
‘Hitler pisó Tunja’: Abel Basti
Él dio con esos papeles luego de buscar por dos décadas cómo —alimentando una hipótesis con la que se tropezó en 1994— había sido la vida del líder nazi después de muerto; después de que todos pensaran que se había suicidado en un búnker cuando los soviéticos entraron a Berlín.
Lo que encontró ya es de conocimiento público: que salió en un avión hacia España días antes de que el Ejército Rojo bombardeara la capital germana el 20 de abril del 45; que de ahí, posiblemente en marzo, tomó un submarino con otros altos mandos; que paró en la islas Canarias; que estaba con Eva Braun, su esposa; que desembocó en la costa patagónica y que, al final, tomó un tren y fue a parar en la hacienda San Ramón, a 15 kilómetros de Bariloche. Luego, con constancia, cambió de residencia. No tuvo lujos; no vivió en la opulencia.
Pero lo insólito en el lapso de su supuesta llegada y su supuesta muerte el 5 de febrero de 1971 en Paraguay, según cálculos de Basti, es que haya pisado territorio colombiano; haya estado en Tunja.
¿La razón? De acuerdo a los documentos de la CIA, en aquel entonces la capital boyacense acogía a no pocos nazis que —lee en el informe el argentino—, lo respetaban, lo admiraban y saludaban de la misma forma que lo hacían en Alemania. Pero el verdadero fondo de su visita no se sabe con certeza.
Se sabe que su contacto fue un tal Phillip Citröen, nazi representante de una empresa naval danesa en Venezuela que por esa época trabajaba en Colombia con una compañía de ferrocarriles. Él, según le contó a uno de sus trabajadores alemanes —también integrante de las tropas en la guerra—, fue quien le permitió a Hitler llegar hasta Tunja. Y ese trabajador fue, justamente, la voz que le contó todo al agente estadounidense.
En su fugaz paso, Hitler, que había llegado al país en enero de 1955 bajo el nombre de Adolf Schüttelmayor o Schüttelmeyer (en el informe, dice Basti, lo citan de ambas maneras), se reunió en un lugar llamado ‘Residencias coloniales’.
Pero del encuentro nada se sabe, como tampoco si llegó a estar en otras ciudades. “Y yo —asegura— me atengo a lo que dice en el papel. Te estoy leyendo. Solo hay esos datos. ¡Ah!, además de la historia de la foto”.
Y la historia fue así: Citröen, proveniente de Maracaibo, habría logrado tomarse un retrato junto al ‘Führer’ y ante la insistencia de su trabajador —de nombre incierto porque aparece tachado por la CIA— Citröen se la prestó.
“Él la tuvo en sus manos por unas horas, tiempo suficiente para ser reproducida. Lo intentó, pero, infortunadamente, la calidad de los negativos era muy pobre para hacer una copia. Y los originales tuvieron que ser devueltos a su jefe”.
¿Solo rumores?
Sin embargo, Basti afirma que toda su investigación está sustentada en cientos de documentos y en diarios de la época. “Si se revisan —reitera— los periódicos, los programas de radio, uno se da cuenta de que la versión de la escapatoria sí existía. El suicidio fue una trama creada por un círculo de nazis. Si me lo piden, puedo hacer públicos los documentos”.
Además el periodista dice que entrevistó a personas que de alguna manera lograron acercarse a Hitler. Por ejemplo: un militar brasilero, hijo de un alemán exiliado, fue quien le reveló que el líder murió en Paraguay, a donde tuvo que trasladarse tiempo después de ser derrocado Juan Domingo Perón en la llamada Revolución Libertadora.
“Allí, en territorio guaraní, llegó bajo el pseudónimo de Kurt Bruno Kirchner. Se instaló y asistió con frecuencia a unas reuniones secretas en una especie de cripta, a la que solo iban hombres”, asevera.
Pero pese a esas presuntas evidencias, para José Ángel Hernández, profesor de Historia de la Universidad de La Sabana, todo se trata de una estrategia para vender libros.
“Sí hay registro de diarios e informes elaborados en los años 40 y 50 —explica Hernández—. Yo, incluso, leí algunos. Pero hay que tener en cuenta que en ese entonces se publicaban muchas cosas que también hacían parte de mitos. Sí: se sabe que existió Odessa, el grupo de colaboración nazi que ayudaba a salir de Alemania a miembros de las SS. Pero solo eran ‘jefecillos’.
También se sabe que algunos llegaron a Argentina y que personajes como Josef Mendele (llamado ‘El ángel de la muerte’) terminaron en Brasil. Pero no hay la más mínima posibilidad de que Hitler haya terminado en Latinoamérica. Él se suicidó con Eva Braun y luego quemaron sus cuerpos. Hasta encontraron el arma con la que lo había hecho”.
De forma parecida piensa Germán Sahid, historiador y profesor de Ciencias políticas de la Universidad del Rosario. Para él, la historia de Basti es una forma más de alimentar las creencias de una especie de esoterismo nazi que, inclusive, creen que Hitler nunca va a morir.
“Lo que cuenta el argentino es poco convincente por varias razones. Primero, porque apenas termina la Segunda Guerra Mundial comienza la Guerra Fría. Y Estados Unidos no estaba dispuesto a apoyar a un régimen fascista o dictatorial. Si lo hizo luego fue para mantener ciertas bases militares. Además, el hecho de que se asegure que después usó el apellido Kirchner, es solo un vínculo mediático para involucrar a la actual presidenta argentina”, afirma.
Para Sahid, además, las probabilidades de que el ‘Führer’ haya pisado tierras colombianas son también inexistentes. “El registro más cercano —dice— es en el libro ‘Mi lucha’, en el que Hitler hace alusión a El Dorado como un territorio valioso y en un memorando en el que escribe que si América Latina apoyaba la guerra tenían que establecerse en Caracas. Pero eso jamás sucedió. Y aunque había inversiones germanas como la Siemens o el Banco Nacional Alemán, no teníamos acercamientos diplomáticos”.
De hecho, como señala Sahid, llegar a nuestro país no le resultaba conveniente porque estábamos muy alejados de la geopolítica europea y había una significativa presencia de agentes estadounidenses y rusos. “No era prudente, en caso de haber sobrevivido, que hubiese venido cuando Colombia era aliada de EE.UU. Es más: acá teníamos una especie de campos de reclusión para los alemanes”.
Basta, para comprobar ello, echarle un vistazo a ‘Los informantes’, de Juan Gabriel Vásquez. Allí se retoma la historia de cómo, en esta parte del continente, se manejaban las llamadas ‘listas negras’, consecuencia de las políticas del presidente Roosevelt. Y eso obligaba al confinamiento de alemanes en hoteles colombianos
<< Inicio