El arquitecto que creó los edificios 'transformers'
En uno de sus edificios, un caparazón desplegable que cubre todo el inmueble se desliza hacia la plaza que está enfrente para convertir la fachada en un cine semicubierto. En otro, por ejemplo, la fachada es caminable, y pueden llegar hasta la parte de arriba, donde hay un parque con un restaurante y una vista panorámica de Copacabana.
Es lo que Charles Renfro llama la “arquitectura de las experiencias”, donde los edificios son el escenario idóneo para interpretar el teatro de la vida, exponiendo a los ciudadanos a interactuar entre sí y a establecer relaciones con su entorno que nunca antes hubieran imaginado.
Culture Shed, Nueva York. Este espacio de actuaciones y exhibiciones se inaugurará en el 2017.
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Hoy, el estudio de arquitectura del que hace parte, Diller Scofidio + Renfro, es uno de los más prominentes de Estados Unidos, con proyectos en cuatro continentes, 115 arquitectos y diseñadores, y obras de la talla de la ampliación del Moma, el Museo Broad en Los Ángeles, el parque del High Line en Nueva York, o el Julliard and Alice Tully Hall del Lincoln Center para las Artes Escénicas, que le han valido numerosos premios, como el Premio Nacional de Diseño en Arquitectura del Museo Cooper-Hewitt Smithsonian o el Premio Presidente del Instituto Americano de Arquitectura (IAI).
The Guardian nombró al Blur uno de los 10 edificios de la década, mientras que The New York Times y The New Yorker calificaron al High Line entre los proyectos culturalmente más significativos del 2009.
Renfro estuvo este año en Bogotá –ya había visitado la ciudad en un par de ocasiones–, como parte de su agenda que incluye viajes frecuentes por varios continentes.
Antes ya había intentado incursionar en Colombia con un concurso para crear el Centro Internacional de Convenciones, pero el público capitalino todavía no era “maduro” para asumir el tipo de arquitectura que estaba creando. En entrevista con EL TIEMPO, Renfro explica los retos de desafiar la noción del ciudadano pasivo.
Boceto del Centro Internacional de Convenciones para Bogotá. Concurso, 2011.
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¿Cuál es la finalidad de la arquitectura?
En Diller Scofidio + Renfro hacemos arquitectura, construimos edificios, pero también creamos experiencias a través del arte, teatros, danza, películas… Todo el trabajo que hacemos provoca a la gente que lo ve o lo experimenta a pensar de forma diferente sobre el entorno que los rodea. Haciéndoles tener una experiencia que nunca antes habían tenido, intentamos hacer del espacio público un teatro, que se sobrecarga con eventos inesperados y casi surrealistas por lo insospechado.
¿Cómo lo logra?
Eso incluye pensar en el espacio público como en un escenario, estableciendo una relación entre los métodos arquitectónicos y urbanísticos, desafiando la noción de que, como ciudadano, eres pasivo. Nuestro trabajo quiere hacer participar a la gente. Por ejemplo, un edificio como un museo está obligado a ofrecer más que lo que nos pide el cliente, necesita dar un nuevo entendimiento a la gente.
¿Por ejemplo?
Lo que nosotros hacemos es traer al proyecto un problema, y después tratamos de resolverlo. Pueden ser problemas urbanísticos, intelectuales, climáticos, o de cualquier otro tipo. Por ejemplo, para nuestro Museo de Imagen y Sonido en Río de Janeiro (MIS) nos planteamos qué suponía hacer un museo en la playa de Copacabana, un sitio democrático por su naturaleza, en una ciudad con gran contraste entre pobres y ricos. Pensamos que uno de los acertijos era resolver la diferencia entre lo que se tiene y lo que no, y nosotros queríamos hacer un edificio accesible para todos. Así que hicimos la fachada completa caminable, sin boleta, a través de una escalera desde la que puedes mirar dentro del museo, la playa de Copacabana, o ir al tejado, donde hay un parque público para los ciudadanos. Así, le estás dando a alguien una experiencia que tal vez no había imaginado. Eso era algo que nunca se le habría ocurrido al cliente, pero es lo llamativo del edificio.
Museo de Imagen y Sonido, Río de Janeiro. El proyecto estaba previsto para el 2014, pero demorará al menos dos años más.
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¿Cree que la arquitectura puede hacer más democrática una ciudad?
La arquitectura puede ilustrar el problema, pero no resolverlo. El MIS quiere construir un momento en el que toda la población pueda sentirse igual, pero no está cambiando las políticas públicas, ni está reescribiendo la economía, y no creo que tenga el poder para hacerlo. Uno puede repensar la rama pública para que sea más generosa. Nuestro proyecto en el High Line de Nueva York, la ‘musa’ de la ciudad, es un parque abierto al público, y en lugar de usar materiales baratos e indestructibles, que hacen que los espacios parezcan más bien pobres, hicimos algo diferente: utilizamos materiales finos, como cristales, e hicimos marcos, lo que provoca otras experiencias de la ciudad. El parque está construido sobre los raíles, con la intención de que sea más bien una sala de estar, como una puerta hacia Nueva York que todos pueden compartir. Eso cambia la forma de habitar la ciudad, pero no cambia el problema de la desigualdad.
¿Cómo desarrolló la idea de la arquitectura de las experiencias?
Cuando mis socios iniciaron esta práctica hace 40 años, construían edificios y lo hacían en los márgenes de la arquitectura. En el teatro, por ejemplo, hay una audiencia y un espacio escénico, y el primer punto de vista para el público es el escenario; uno puede controlar el modo en que se observa para dar una experiencia profunda e inesperada. Nosotros tomamos ese potencial para hacer ver algo que nunca había visto antes y entregar experiencias reveladoras en la rama pública. Es mucho más difícil de hacer, pues la gente no está bajo control como en el teatro, no están sentados mirando un punto. Pero uno puede asustar y sorprender con la arquitectura y el diseño urbanístico.
Instituto de Arte Contemporáneo (ICA) en Boston, 2006. Los tres arquitectos del estudio participaron.
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¿Y cómo reacciona la gente?
Creo que al público le gusta bastante. Pero nosotros no queríamos ser tan agresivos como para forzar a alguien a pensar o hacer algo. Nos gusta ser bastante abiertos, que las cosas que hay allí sean descubiertas si quieres: la apariencia de un lugar no contiene su esencia, es cómo actúa lo que lo define.
En el 2011 su estudio concursó en la licitación del Centro Internacional de Convenciones para Bogotá pero no resultó seleccionado, ¿qué sucedió?
Llegamos hasta la última ronda de discusiones, pero el jurado estaba nervioso sobre nuestro esquema, porque era muy intrépido, y provocaba algo para lo que no creo que la gente estuviera preparada en Bogotá. El edificio se elevaba sobre la hierba y hacía de su parte inferior un gran parque público. Había escepticismo sobre cómo iba a desarrollarse; tal vez no era el momento para realizar esta investigación.
¿Teme que no se comprendan sus obras?
Por supuesto, aunque si todo el mundo entiende todo lo que estás haciendo, no estás haciendo nada interesante. Nosotros hemos perdido muchas competencias por eso. En Bogotá, con esta ciudad de fantasía y pobreza, con un gran grupo de gente nerviosa por la seguridad, hacer un espacio público bien diseñado y que supere las expectativas de la ciudad, como el High Line de Nueva York, era muy difícil.
¿Qué debe cambiar en la arquitectura para hacer las ciudades más habitables?
Nuestras ciudades necesitan rediseñarse. La idea de propiedad privada en lugar del deseo de espacios colectivos aniquila a muchas ciudades de América, al contrario de Europa. Necesitamos superar eso y ver qué está sucediendo en China o en Abu Dabi o en Oriente Medio para aprender de las malas lecciones donde la propiedad privada ha sido magnificada.
High Line de Nueva York. La primera fase se estrenó en el 2006 y la tercera terminaría el próximo año.
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¿Qué legado le gustaría dejar?
No me interesa el legado, porque es algo inerte, algo que necesita ser puesto en un museo, y creo que la arquitectura debe ser siempre algo válido para el tiempo en el que se enmarca. Pensar en el legado es más bien esperar a que el trabajo que está haciendo hoy sea adaptado por las futuras generaciones para hacer que siga siendo significativo. La arquitectura pertenece al sitio en el que se encuentra, y crece en las condiciones que le rodean. Por eso mismo ninguno de nuestros edificios se parece, ni copia de los otros proyectos previos. Cada proyecto parte de una nueva investigación, es producto de su propio lugar.
Hay mucha presión por ser original, ¿supera eso a lo funcional o a lo estético?
Sí, nos presionamos para crear cosas desconocidas, pero por otro lado, no nos asusta tomar cosas de la vieja escuela y trabajar sobre ellas con nueva tecnología. Es más bien como un DJ, tomando piezas y mezclándolas para crear una experiencia única y desconocida, pero es quizás esta combinación entre técnicas y aspectos formales la entrada a cosas desconocidas.
IRENE LARRAZ
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