miércoles, 16 de enero de 2013

LA SÉPTIMA: NUESTRA VÍA APIA

Columnista invitado

LA SÉPTIMA: NUESTRA VÍA APIA

Por: Armando Orozco Tovar

"Ninguna empresa más urgente y más fantástica que esta: la reconquista, sería mejor, la refundación de Bogotá para el proyecto de todos sus hijos. Refundarla es inventar un modelo de hombre para el nuevo modelo de ciudad…humanizada".  
                                          
                                              Jairo Mercado (Bogotá 450 años. U. Distrital F.J.C
 
                                                                                                                       
Ya se puede andar por la Carrera Séptima. La que en épocas recientes era un lugar intransitable con ventas múltiples de objetos desechables chinos de toda clase, y comidas sin control higiénico. Cacos de toda calaña, mendigos: “habitantes del paisaje urbano”.
 
Los personajes trashumantes pertenecientes al rebusque, que se mueven desde la Plaza de Bolívar hasta la calle 26.
 
Hoy, y gracias a la magnífica administración distrital con misión y visión de lo que debe ser la urbe moderna, transformó el circo masacradero en un lugar cultural destinado a la vida, y recuperó la calle histórica, como en otras urbes ocurre con sus arterias principales: Sus alamedas de las que hablaba el presidente Salvador Allende, por donde el pueblo pueda marchar para la protesta social libremente, y caminar sin atropellarse, o ser arrollado por los vehículos.
 
La Séptima es, y siempre lo será la columna vertebral de Bogotá. Una metrópoli que se extiende en la sabana cundiboyacense como una mancha de ladrillos rojos, material, propuesto por el arquitecto Salmona, para sus construcciones.
 
Por esta Carrera, que cuando sale hacia otras regiones de la ciudad es ya carretera, entró cabalgando el ibero Gonzalo Jiménez de Quesada con sus soldados de a pie, para fundar lo que ya estaba fundado. Llegó a Bacatá (luego los curas le cambiarían el nombre) montado en sus tres emes conquistadoras: “, mandando, mastines y matando”, edificando iglesias a cada lado de la senda, las que aún custodian sus rastros de sangre.
 
¿Qué, no ha ocurrido en esta ruta? Vio a Bolívar entrar triunfante de Boyacá, y salir como un perro expulsado por los santanderistas esclavistas y terratenientes.
 
El asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, el fusilamiento de los estudiantes de la Universidad Nacional un 9 de junio, por la soldadesca colombo–coreana, proveniente del paralelo yanqui 40. El desfile de los cascabeles de noviembre, yendo apurados a disparar al edificio de la justicia.
 
Y cientos de entierros de la Unión Patriótica, como el de su dirigente Jaime Pardo Leal. También el de Pizarro del M19, Cano el del Espectador, y el neoliberal Galán…etc. ¿Cuándo llegará el día en que todo el pueblo marchará en masa por la Séptima, como lo hizo ayer la Venezuela bolivariana para firmar por su presidente Chávez?
 
Esta gran vía igualmente debe ser para tranquilas caminatas. Un lugar de encuentros con los vivos y los fantasmas de los muertos,” bajo un cielo azul cobalto, o nubes grises que crecen sobre los cerros.”
Hoy en la Séptima se siembran en materas árboles nuevos de diferentes especies. Esta vía siempre ha dado para todo.
 
Pero si los descendientes de los chibchas y conquistadores hubieran preservado los ríos y riachuelos, que bajaban de los cerros, como el podrido rio Bogotá, hoy la ciudad estaría cruzada de puentes como París o Londres.
 
Y no serían todos ellos cloacas, desembocando en el Magdalena, “el río de la patria” y el mayor colector de Colombia.
  
De pronto la Séptima se volvió peatonal, por lo menos hasta las 6:00P.M, hora en que vuelven los automóviles.
 
Aunque algunos comerciantes de sus flancos se sienten perjudicados con esta medida de bienestar para las mayorías.
 
 Muchos otros, y en otro sentido, quieren que siga para siempre la ciudad-basural, neoliberal, con desperdicios, que afortunadamente hoy están recogiendo los carros del aseo.
 
Por esta arteria ha pasado la gloria y la infamia.
 
Y por ella asimismo se llega a los museos, bibliotecas, casas culturales, y teatros de La Candelaria, el sector más colonial de la ciudad.
 
Recuperado por Genoveva Carrasco de Samper (a la que se le debe aún el monumento) de las manos ambiciosas de los urbanistas, que lo estaban borrando del mapa para construir sus centros comerciales y conjuntos cerrados.
 
Por ella se llega además a la plazuela del Rosario, tomada hace años por los esmeralderos, y se desciende por la Jiménez a San Victorino, donde milagrosamente subsiste la escultura en forma de mariposa de Edgar Negret, recientemente fallecido, la cual no se aprecia ni protege, como nunca se hizo, hasta su ruina total con el “Ala solar”, la hermosa escultura cinética: donada por Alejandro Otero, artista venezolano cerca del Concejo de Bogotá.
 
 Permanecen en el centro algunos pocos cafés de la época de Gaitán, y del poeta Aurelio Arturo, que prefería la cafetería La Romana, situada en los bajos del antiguo edificio El Tiempo, que debía tener una placa recordatoria de uno de los mayores vates del siglo pasado.
 
Todos los caminos conducen a nuestra Vía Apia. A donde arribaban desde “épocas de bárbaras naciones” (que no terminan) gentes provenientes de las “repúblicas, no independientes, sino abandonadas del país” que son sus regiones.
 
Estas personas llegaban de paso sin pesos a quedarse bajo sus cerros peligrosos. Desde los tiempos del conquistador esta ruta condujo al saqueo del “El Dorado”, como lo hacen hoy contaminándolo todo las multinacionales del oro…
 
Y al aeropuerto que algunos absurdos encórvatelos del Congreso, quieren cambiarle de nombre para que ahora sí se estrellen los aviones contra los volcanes extinguidos, que rodean la calle de la inmensa aldea chibcha.
 
Alegría de Pío. Enero, 2013. /elciberecovirtual.blogspot.com