lunes, 25 de marzo de 2013

La paz ajena.y 4 Columnlstas más

La paz ajena.
23 marzo 2013
 
La paz ajena

Por Antonio CaballeroVer más artículos de este autor

OPINIÓN
No es en La Habana donde van a terminar las conversaciones entre los delegados del gobierno y los jefes guerrilleros: deben necesariamente pasar también por Washington.
 
Autor: León Darío Peláez / Semana
El presidente Juan Manuel Santos, que en ese tema debe tener más información fresca que nosotros, se muestra muy optimista: habrá paz pronto. O, al menos, los prolegómenos de la paz: el principio del principio. Es decir, pronto se firmarán en La Habana acuerdos entre el gobierno y las Farc, y por  fin- se empezarán a hablar de otra cosa.
A hablar. Pero ¿y a cumplir lo acordado? Todo el mundo da por hecho que, como ha sucedido siempre en todo el mundo cuando se acaba un conflicto armado, habrá un remanente de combatientes que se queden en el monte echando tiros, secuestrando, extorsionando, traficando con cocaína. Tal como ocurrió con los paramilitares después de su pretendida desmovilización: muchos de ellos se convirtieron en las llamadas bacrim, o bandas criminales. Curiosamente, eso no se había dado por hecho entonces, a pesar de que era igualmente previsible. Terminado oficialmente el alzamiento en armas, no es probable que el Secretariado de las Farc conserve la autoridad suficiente sobre su gente, que vive de que ese alzamiento exista.

En el otro lado, el Estado colombiano sí la tendrá sobre sus Fuerzas Armadas institucionales. Pero no en lo que se refiere a las bacrim ya existentes y a las nuevas que surgirán por las mismas razones que propiciaron la aparición de los antiguos grupos paras: la ausencia del Estado y el narcotráfico. Estas dos razones siguen existiendo. La ausencia del Estado se puede remediar. Ese es precisamente uno de los temas que se discuten en La Habana, tanto en sus formas como en sus costos. Y se puede remediar con mayor razón si, llegada la paz, las estructuras de las Farc entran a combinarse con las estructuras del Estado. Pero la eliminación del narcotráfico, a pesar de que también figura entre los temas de la agenda, no está en la mano de las dos partes reunidas en La Habana. Están en la mano de ... sí, lo adivinó el perspicaz lector: en la mano del gobierno de los Estados Unidos.

Y entonces hay que hacer una pregunta: ¿van los Estados Unidos a permitir que por fin haya paz en Colombia?

Ya contribuyeron eficazmente a la creación de la guerra, en su momento: cuando el Bogotazo de 1948. La violencia que se desbocó entonces en Colombia tenía muy profundas raíces locales, por supuesto. Pero también fue un episodio local de la Guerra Fría, como lo fueron todas la guerras centroamericanas y las dictaduras de media América del Sur: Brasil, Uruguay, Argentina, Chile... Con el paso del tiempo no cesaron de alimentar esa guerra con armas y consejos, y lo hicieron en mayor medida todavía a partir del Plan Colombia de los presidentes Bill Clinton y Andrés Pastrana que les dio renovados recursos a las Fuerzas Armadas, compensando los recursos renovados que su entrada de lleno en el negocio del narcotráfico les había dado a las Farc. Tal vez los gobiernos norteamericanos no estén ya interesados en mantener vivo el conflicto colombiano en nombre de la doctrina anticomunista; pero por cuenta del narcotráfico este ha adquirido un impulso imposible de controlar.

O, más exactamente, que solo puede ser controlado a través del control de ese tráfico. Un control que a su vez solo se consigue aplicando las fórmulas de legalización o despenalización de las drogas prohibidas, de normalización, en suma, del comercio de los estupefacientes. Y a eso este gobierno de Barack Obama, como los de todos sus predecesores, se opone en redondo.

Por eso no es en La Habana donde van a terminar las conversaciones entre los delegados del gobierno y los jefes guerrilleros: deben necesariamente pasar también por Washington.

Porque aunque el tráfico de drogas esté prohibido en todo el mundo, es de Washington de donde saca su fuerza. Tanto por el consumo –los Estado Unidos siguen siendo los principales consumidores de las drogas prohibidas– como por la prohibición misma: allá nació, desde allá se expandió a todo el planeta. Los gobiernos de ese país se han arrogado el derecho prepotente de juzgar a los de todos los demás y “certificarlos” o no de acuerdo con su obediencia en la materia, y sin que eso les impida a ellos mismos traficar cuando lo estiman conveniente para sus intereses, como se vio en tiempos de Reagan con el escándalo Irán-contras. De manera que, repito, lo que se discute en La Habana desembocará forzosamente en Washington.

Nadie dijo nunca que esto iba a ser fácil.


No la vuelvo a ver

Por María Jimena DuzánVer más artículos de este autor


OPINIÓN En la serie no hay nadie de la sociedad civil que repudie sus prácticas, que no sea un mechudo simpatizante de la guerrilla.

No la vuelvo a ver.
Autor: Guillermo Torres
Esta semana me puse en la tarea de ver la serie de los Tres Caínes de RCN, en la que se relata la historia de los hermanos Castaño y tomé la decisión de no volverla a sintonizar por una razón muy simple: porque insulta mi intelecto.
No pude con la manera burda e irresponsable como se aborda una historia que ha dejado a miles de colombianos sin sus seres queridos, crímenes que en su gran mayoría siguen cubiertos por el manto de la impunidad.

En la serie, los hermanos Castaño aparecen como almas providenciales destinadas a salvarnos de la hecatombe, así Gustavo Bolívar, el padre de esta criatura, insista en decir que eso no es cierto y que su defenestramiento está por venir. En los primeros capítulos queda claro cuál es el perfil de los Castaño: una familia acomodada, de Amalfi, con unos valores cristianos bien asentados, sufre un día una tragedia que les cambia la vida: su padre, un importante ganadero de la región, es asesinado por las Farc. Los hermanos juran vengar su muerte y se convierten en justicieros. Y como Batman, inician una batalla contra el mal en la que amparan sus atropellos bajo la tesis altruista de que el fin justifica los medios.

En esa versión rosa del narcoparamilitarismo, estos jefes paramilitares no aparecen como psicópatas ordenando el asesinato de miles de campesinos para quedarse con sus tierras, las cuales iban convirtiendo en corredores estratégicos para exportar droga, sino como unos hombres de familia, convencidos de que sus atropellos son el costo que hay que pagar para cumplir su cruzada.

Pero no solo esta versión sobre los Castaño es un insulto al intelecto. También lo es la manera escéptica como la serie plantea el fenómeno del narcoparamilitarismo. En los capítulos que he visto, no aparece ni un político, ni ningún militar implicado. Es como si las víctimas de los agentes del Estado no existieran y como si a la UP la hubiera matado una familia de supermanes criollos, un poco trastornados, pero, al fin y al cabo, bienintencionados. O como si los colombianos que murieron en el avión de Avianca hubieran sido una casualidad de la cruzada emprendida por limpiar el país de comunistas, antropólogos, sociólogos y de cuanto mechudo con pinta de izquierdista hubiera.

En la serie no hay nadie de la sociedad civil que repudie sus prácticas, que no sea un mechudo simpatizante de la guerrilla. Y casi parece de lo más normal y lógico que las familias a quienes las Farc les han asesinado sus seres queridos les dé por montar un grupo narcoparamilitar, en lugar de acudir a la Policía. (Ergo, las familias que hemos sido víctimas de los narcoparamilitares tenemos que meternos a la guerrilla en lugar de ir a la Fiscalía). Esa Colombia tan primaria, tan previsible, tan de telenovela, dividida en dos bandos, puede ser incluso una buena historia de ficción, pero no puede presentarse como una serie histórica sobre la verdad del narcoparamilitarismo, como lo pretende Gustavo Bolívar.

Y si insisten en hacerlo, como parece ser el caso, lo lógico es que esa pretensión suscite la indignación de la gente. Y no solo de las víctimas que se sienten estigmatizadas y melodramáticamente ignoradas, sino la de la sociedad en general. En las redes sociales la serie ha causado tal indignación que se está impulsando una campaña para que las empresas no pauten en la serie.

Uno puede cuestionar la serie de Pablo Escobar por muchas falencias, entre ellas, la de que el personaje del narcotraficante matón, la eclipsó. Pero a diferencia de Tres Caínes, hubo un esfuerzo por investigar, por contar la historia desde el lado de las victimas y por darle un contexto con el propósito de explicarle a la audiencia que el narcotráfico corrompió a las instituciones colombianas y que Pablo Escobar era producto de ese poder.

En cambio, en Tres Caínes este esfuerzo no se ve y lo que se advierte es un afán por sacrificar la verdad histórica no ya por razones ideológicas (que serían hasta más explicables), sino por razones estrictamente comerciales. Solo así se entiende que se hubiera optado por contar la historia del paramilitarismo desde el lado de los victimarios. Los malos atraen las grandes audiencias, así Gustavo Bolívar insista en que la serie está sustentada en una exhaustiva investigación y en miles de archivos de versiones de Justicia y Paz.

No voy a ser ingenua: los canales producen estas series para ganar plata y están en todo su derecho. Sin embargo, eso no les da un cheque en blanco para que puedan lucrarse a costa de la verdad y de la estigmatización de las víctimas del narcoparamilitarismo, como ha sucedido en la serie de los Tres Caínes. Y si esa es la única opción que nos dan a los televidentes, pues yo, como ciudadana, ejerzo mi derecho a la protesta y no la vuelvo a ver.

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153 Comentarios

dino

dino

el descuartizar personas,mutilar la cabeza, asesinar con motosierra, desplazar pueblos enteros con el terror. En colombia se justifica como un acto democrático ,todo lo que el paramilitarismo hizo, o hace es visto por la mas media como un acto de coraje y valentía. valientes cobarde hijos del estamento militar que los adopto,adiestro y continuan protegiendo.sin el apoyo del estado estos personajes no podian caminar como pedro por su casa.
Liliponton

Liliponton

Estoy totalmente de acuerdo contigo María Jimena. O cruzan la línea y se meten en la verdadera historia con política y masacres o no será creible
hgtorres@hotmail.com

hgtorres@hotmail.com

Que pena con María Jimena. No la vea y listo. Periodistas como UD, que se creen dueños de la verdad, sin salir de Bogotá. Los que vivimos esta violencia la condenamos venga de donde venga. Quien originó los paracos?. No fue la misma guerrilla y los narcos?. Todos han cometido atrocidades, barbaridades, desplazamientos y USTED ...no dice nada de la guerrilla...TODOS TENEMOS QUE BUSCAR LA PAZ: Santos, Uribe, Ordoñez, Piedad, Cepeda, Gaviria(el exmagistrado simpatizante de la Farc), USTED Y YO...
damasotito05@hotmail.com

damasotito05@hotmail.com

SRA. MARIA JIMENA... LE CONFIESO QUE NO VEO NOVELAS NI SERIADOS COLOMBIANOS... PORQUE ENTRE OTRAS RAZONES ENTIENDO QUE TODO ES COMERCIO Y EN LA TV. AUN MAS.... PERO LO QUE SI ME SORPRENDE ES SU REACCIÓN Y LAS PALABRAS QUE USA..
damasotito05@hotmail.com

damasotito05@hotmail.com

PIDE RESPECTO POR LAS VICTIMAS DEL PARAMILITARISMO... Y ESO ESTA BIEN... SOLO QUE ME LLAMA LA ATENCIÓN PORQUE NO PIDE ESE MISMO RESPECTO POR LAS VICTIMAS DEL TERRORISMO DE LAS FARC...

Carta de una televidente en el año 2030

Por Daniel Samper OspinaVer más artículos de este autor

OPINIÓN

La serie es una apología del mal, que presenta como héroes a funcionarios que recibían paramilitares en el sótano de Palacio.

Carta de una televidente en el año 2030.
Autor: Guillermo Torres
Apreciado Comisionado de la Unctv (Ultra Nueva Comisión de Televisión):
En mi calidad de abuela de niños menores de edad, elevo ante usted mi queja por la emisión de la serie Álvaro, el Caín del mal, basada en la vida del expresidente Uribe Vélez. Merecemos una televisión educativa. Merecemos una televisión que inculque valores. Estamos hartos de programas que convierten en héroes a los villanos, y que distorsionan la verdad histórica para presentarlos como ejemplos a imitar: desde que comenzó la serie, mis nietos toman Chocolisto montados en un pony; ofrecen subsidios al rico de la clase y hablan con groserías: el otro día uno le decía al otro “cállese, o le doy en la cara, marica”, a lo que aquel, ofendido, respondió: “No me diga marica, no me diga paraco, que el suyo es esfuercito de caballo discapacitado”. Me pregunto: ¿es así como queremos educar a nuestros niños? ¿Con ese tipo de referentes?

Entiendo que soy una vieja que nació en 1974, y no niego que voté las dos veces por Uribe, a quien en su momento adoré. Y no aspiro a que revivan nuestra historia dos eruditos de la tercera edad que se escurren en sus respectivos sillones mientras todos dormimos, incluyéndolos a ellos: desde hace dos décadas me resigné a que nuestra historia sea contada por los delincuentes, convertidos en próceres por la pantalla.

Aún recuerdo la serie que inició esa tendencia, basada en la vida de Pablo Escobar. A ella le siguió Tres Caínes, sobre los hermanos Castaño. Y a partir de entonces se desató la moda con la versión criolla y ligera de Los Soprano, inspirada en los hermanos Nule; la adaptación de Dallas, que acá se llamó Envigado; e incluso una telenovela que contaba la vida de Lucumí Popó, patrocinada por papel higiénico Familia.

Pero la novela sobre el expresidente Uribe Vélez rebosó la copa, señor comisionado: solo enseñan antivalores. El capítulo en que negocian a Yidis Medina –encarnada por el viejo Andrés Parra, ahora recluido en la Casa del artista, de la Candelaria– para que cambie un articulito de la Constitución, induce a que los niños piensen que es normal irrespetar las reglas; aquel en que los hijos del protagonista se quedan con unos lotes en la zona franca, promueve la cultura del dinero fácil; y el otro en que aparece el actual candidato a la Presidencia, doctor Pincher Arias, ayudando a los terratenientes, reinventa, de manera mezquina, el concepto de solidaridad.

Acepto que estuvo bien que el joven Álvaro, interpretado por Tomillo, le pidiera a la joven Lina —brillante actuación del anciano Andrés Parra— que aplazaran el gustico. Y no niego que hay licencias imaginativas y cómicas, provenientes de la ficción del guionista, que alivian tensiones: cuando el señor Uribe aparece en Gran Hermano, un rancio reality de la época, para explicar un absurdo referendo; o cuando carga por todas partes a la gallina doña Rumbo, magistralmente interpretada por Sara Corrales. Incluso cuando aparece ante los reyes de España con un frac recortado a la altura de las tetillas: un traje que no se pondría ni Vicky Dávila, la defensora del televidente de RCN, en el programa que presenta cada madrugada con una de las Amparos: la que no se cambió de sexo.

Pero, más allá de eso, la serie es una inaceptable apología del mal, que presenta como héroes a funcionarios que recibían paramilitares por el sótano del Palacio de Nariño; chuzaban los teléfonos de la oposición; organizaban complots contra los magistrados y eran primos de narcotraficantes (resultó divertido, por cierto, que en ese capítulo un decrépito Andrés Parra interpretara de nuevo a Pablo Escobar). Ni el pretendido toque de humor con el personaje de Francisco Santos es sano: el viernes pasado electrocutó a un estudiante. Él en persona, quiero decir. En la vida real.

Comisionado: la serie causa estragos en la moral de los televidentes, para quienes ya es normal que un presidente pida a los congresistas que voten antes de que los metan presos o viole con desparpajo los tratados diplomáticos. Y lo peor del asunto es que aún nos falta llegar a la parte en que se para con un palo en la plaza de Bolívar para defender su obra de gobierno, o el capítulo triste de la Corte Penal Internacional.

Atravesamos un momento inmejorable. El proceso de paz con las Farc está a punto de ser firmado por Tanja, la holandesa, y el presidente Simón Gaviria, que no lo piensa leer. El alcalde de Bogotá, Nicolás Petro, estudia la posibilidad de hacer el metro. Y ustedes mismos, en la comisión, licitarán el tercer canal, más allá de que en el mundo solo existan páginas web: ¿por qué no intentar series novedosas? ¿Qué tal una sobre muertos vivientes inspirada en el doctor Galat, actual candidato por el Partido Conservador?

Pero en Colombia prima el rating, como en cualquier estado de opinión, y para los canales el negocio está por encima de la responsabilidad.

Por eso, convoqué una protesta en Facebook, aunque mis nietos se burlen de mí por ‘dosmilera’, para que los anunciantes retiren la pauta del seriado. Que su trama no influya a más televidentes, cosa que, por fortuna, no me ha sucedido a mí. Y podría jurarlo por mis tres huevitos.    

 
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juanda9610

juanda9610

Un artículo que deja ver claramente, como nuestros medios de comunicación se han tornado, o bueno, han mostrado su cara menos favorable frente al tema político, no me sorprendería que este artículo, tipo crónica, terminará convirtiéndose en una realidad para nuestro país, pero que a este paso no resultaría tan lejana. Alvarito, siempre ha usado sus artilugios, no solo para gobernar nuestro país, sino también en la cotidianidad y los medios , ya debiésemos haberlo aprendido.
 
jucemor

jucemor

Seria bueno preguntarse:porque todos los expresidentes terminan su mandato y se retiran a descansar o adar conferencias.Este personaje se quedo defendiendose,armando alboroto para tapar todas su fechorias.O no se han dado cuenta?
 
jucemor

jucemor

oigan esta loca,yo vivo en estador unidos y no adoro a ese paraco.Esta no tiene tres huevitos sino 6 huevasos
 
esmeraldasantos2010@yahoo.es

esmeraldasantos2010@yahoo.es

Se me olvidaba, no tienes otros temas diferentes al presidente ALVARO URIBE VELEZ, la verdad, estas como MADURO con CHAVEZ...Por fa puedes intentarlo el mundo produce noticias todos los dias..La verdad tienes que ser un poco mas creativo tu columna se esta volviendo suuuperaburrida
 
esmeraldasantos2010@yahoo.es

esmeraldasantos2010@yahoo.es

Definitivamente aunque le duela, el presidente ALVARO URIBE VELEZ ha sido el unico y mejor presidente que Colombia ha tenido. Los colombianos que vivimos en USA lo adoraaaaaamos
 
 

Bombardear a las bandas criminales

Por León ValenciaVer más artículos de este autor


OPINIÓN No hay grandes confrontaciones militares al frente. No es posible bombardear barrios o veredas donde se diluyen estas redes.

Bombardear a las bandas criminales.
Autor: Guillermo Torres
Oí al ministro de Defensa en Blu Radio defendiendo el proyecto de ley que habilita a las Fuerzas Militares para poner en marcha grandes operaciones contra el crimen organizado y ordena que en la investigación y juzgamiento de las conductas sancionables atribuidas a los miembros de la Fuerza Pública en cumplimiento de estas misiones se apliquen las normas del Derecho Internacional Humanitario. Tuvo muchas dificultades para explicar cuáles estructuras y territorios serían el blanco de estas actividades y cómo serían la persecución y el ataque.

Todo arrancó con unas declaraciones donde Uribe llamaba a bombardear a las bandas criminales y sus territorios. Fue una reacción del expresidente ante la proliferación de acciones y la expansión territorial de los herederos de los paramilitares. Tenía además un filo crítico. Le recriminaba a Santos su inacción ante estas fuerzas. La propuesta caló en los mandos militares y de allí saltó a las manos del senador Juan Lozano, quien hizo una documentada exposición de motivos.

El proyecto de ley ha tomado un nuevo impulso en los últimos días debido a la variedad de informaciones sobre el accionar de las bandas criminales o neoparamilitares. En los últimos meses reaparecieron las masacres que habían desaparecido desde 2005. El Tiempo a su vez, en un informe especial, recrea el impacto de la extorsión en el territorio nacional y dice que el fenómeno acorrala a sectores clave de la economía en medio país y mueve 2 billones de pesos. Arco Iris en su informe anual trae otro dato escandaloso: las Bacrim pasaron en 2012 de tener una influencia en 209 municipios a tenerla en 337. Y el Ministerio de Defensa, advertido de una nueva ofensiva del crimen organizado en Cali y en Medellín, lanzó envolventes jornadas de intervención en esas ciudades.

Entiendo perfectamente la gran preocupación del gobierno Nacional y del ministro de Defensa ante la arremetida del crimen organizado, entiendo el desconcierto, pero el aporte del proyecto de ley a la contención y desarticulación de las bandas criminales es ninguno y los problemas que traerá con la comunidad internacional y con los organismos de derechos humanos serán muy graves.

Los propósitos, las estructuras, las acciones, las disputas y los apoyos del crimen organizado han cambiado desde 2008 cuando se cerró el ciclo de las Autodefensas Unidas de Colombia. Ahora busca los mercados internos y las rentas legales e ilegales. Participa del tráfico internacional de las drogas, pero ese no es su fuerte. Tampoco está interesado en hacer presencia directa en la política. Su portafolio es diverso: el microtráfico, la minería ilegal, la extorsión, el contrabando, la captura de los recursos públicos a través de operadores políticos indirectos, los juegos de azar, la influencia en las centrales de abasto. De las grandes estructuras, que se asemejaron a un Ejército distribuido en bloques regionales, pasaron a una compleja telaraña de redes, en las que sobresalen Los Urabeños y Los Rastrojos, con presencia en las principales ciudades, sin espectaculares despliegues armados, pero con importantes nexos con algunos miembros de la Fuerza Pública.

No hay grandes confrontaciones militares al frente. No es posible bombardear barrios o veredas donde se diluyen estas redes. Hay una compleja labor de persecución e inteligencia. Una penosa depuración de la Fuerza Pública. Una estrategia de ruptura de los nexos de líderes políticos con estas fuerzas ilegales. Un proyecto serio de sometimiento a la Justicia. En esto pueden participar activamente las Fuerzas Militares, como en tiempos pasados contra el narcotráfico. Eso es lo que necesita con urgencia el país.

En la génesis del proyecto de ley hay una impresionante ironía. En la exposición de motivos el paramilitar alias Eduardo 400 cuenta: que “en 1997 entrenó alrededor de 2.000 hombres en la finca La 35. Era un campo de 100 hectáreas, dos casas, pastos y ganado. Estaba ubicada en los corregimientos de El Tomate y San Pablo, en Antioquia”. Era gobernador Álvaro Uribe. Así se formó el Ejército paramilitar en todo el país. Eran grandes estructuras uniformadas, tenían una flotilla de helicópteros, se desplazaban en caravanas de camiones. Las Fuerzas Militares no bombardearon ni atacaron a estas organizaciones cuando legítimamente podían, ahora quieren meterse a grandes operaciones contra redes diversas, inasibles y difusas. Nada bueno resultará de eso.
 

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dino

dino

El paramilitarismo es una política de estado institucionalizada dentro del estamento militar; como se van a bombardear ellos mismos?. Uribe intenta crear una cortina de humo para disuadir su responsabilidad directa en la creación y formación del paramilitarismo como actor intelectual.la fachada son los urabenos,rastrojos.como actores materiales.El paramilitarismo es legitino acto de la seguridad democratica.
 
 
vitolo47@gmail.com

vitolo47@gmail.com

Este exguerillero no hace otra cosa que defender a los criminales llamense como se llamen, todo le parece malo, cuando se trata de que eliminen a los bandidos, pues si no le gusta lo que hace el gobierno, el monte lo esta esperando, y el ejercito a cumplir con su deber!!!!
 
jpbp77@hotmail.com

jpbp77@hotmail.com

Gracias a Uribe es que estan sentadas las Farc negociando. Si Santos hubiera seguido la misma linea no los tendriamos haciendo exigencias sino rindiendose, como debio haber sucedido. Claro, en esto hay muchos intereses de por medio. Y la venganza contra Uribe apenas empieza.
 
1279

1279

UD COMO MIEMBRO ACTIVO DEL TERRORISMO, POR QUE NO SE VA PARA CUBA.
 
beetle7@latinmail.com

beetle7@latinmail.com

Con las bacrim hay un problema serio y grave y es connivencia entre estos delincuentes y los miembros de la fuerza pública y demás organismos de seguridad del estado, jueces y fiscales, comerciantes y los infaltables políticos, con ese contubernio pensar en acabarlas es un sofisma
 
 

La niña que pudo hablar

Por Daniel CoronellVer más artículos de este autor

OPINIÓN Nohemí logró escapar de la casa después de años de esclavitud y sólo 40 años después se atrevió a reclamar.

La niña que pudo hablar.
Autor: Jhon Calson

Mónica Sánchez Beltrán tiene 52 años y una historia desgarradora para contar. Creció siendo involuntaria testigo de un crimen continuado. Desde que tiene memoria hasta cuando cumplió once años, vio a otra niña -apenas cinco años mayor que ella- siendo humillada, discriminada, golpeada, torturada, esclavizada y abusada sexualmente.


A la víctima le decían Nohemí, aunque seguramente su nombre sea otro, porque el nombre fue lo primero que le quitaron.

Mónica Sánchez Beltrán, necesitó cuatro décadas, poner medio continente de por medio y superar las historias rosa que le habían contado sobre su propia infancia, para escribir en un blog –palabra por palabra- los recuerdos que la han atormentado.

Lo hizo en una carta abierta y pública dirigida a su papá y a su mamá que tituló “Una historia de Colombia” y para que no quedaran dudas, escribió como asunto: “Catarsis de los crímenes de mis padres” (ver vínculo).

Mónica es hija del señor Capitán de Fragata, en uso de buen retiro de la Armada de la República de Colombia, Vitaliano Sánchez Castañeda y de su señora esposa doña Eunice Beltrán de Sánchez.

Cuando el señor capitán era aún teniente fue nombrado alcalde militar del municipio de Anzoátegui, Tolima. Después de concluir esa misión volvió al pueblo para buscar una empleada doméstica para su suegra.

Lo que encontró fue a un hombre de la región que le ofrecía en adopción a una sobrina de cinco años. Según el relato que Mónica oyó de su padre, él convenció a la mamá de la niña de que la entregara y firmara un “contrato de adopción” diciendo que la pequeña iría a vivir con una amable anciana que le brindaría educación, comodidad y mejores oportunidades.

La realidad fue distinta. La niña fue obligada a trabajar sin remuneración ni horarios en labores domésticas. Tenía que cocinar, asear la casa, lavar y planchar, desde la madrugada hasta el anochecer. La gentil viejecita la golpeaba sin misericordia cada vez que se equivocaba y le enrostraba todo el tiempo su modesto origen y ser supuestamente “hija de una vagabunda”.

La niña que aún no tenía uso de razón, como se decía en la época, era prestada para hacer oficios de casa en casa, entre los miembros de la familia. “Así convirtieron a Nohemí en una esclavita colectiva”, recuerda Mónica en su relato.

Sin embargo, lo peor le esperaba cuando llegó a la casa del señor capitán Sánchez y su esposa doña Eunice. Mónica asegura que la humillación era pan de todos los días y que una vez vio a su mamá atar a Nohemí por las muñecas en una viga y golpearla furiosamente con un cable eléctrico hasta que perdió el conocimiento.

En los recuerdos de Mónica también está que su mamá golpeó una vez a Nohemí con un tacón puntilla en la cabeza y que otra vez calentó un sartén para quemarla porque estaba malgastando el tiempo de hacer oficio, aprendiendo a leer.

Mónica asegura que su papá toleraba las torturas y le pregunta: “¿Cómo se explica que hayas sido tú el primero en violarla?”. En medio de terribles detalles, Mónica Sánchez cuenta también que dos de sus tíos abusaron de la niña.

Nohemí logró escapar de la casa después de años de esclavitud y sólo 40 años después se atrevió a reclamar modestamente mediante una tutela que sólo pretendía que el señor Capitán Sánchez y doña Eunice contestaran estas sencillas preguntas: (ver preguntas)

“- ¿No les da vergüenza?
- ¿Por qué sí y por qué no?”

Nohemí perdió la tutela en primera instancia. El juez determinó que los eventuales delitos a los que fue sometida ya habían prescrito. Apeló y en un juzgado superior volvió a perder. El juez consideró que la demora en reclamar mostraba la falta de urgencia en amparar sus derechos.

La Corte Constitucional, en una sala de revisión, le dio la razón a la niña esclavizada y ordenó al capitán Sánchez y a doña Eunice indemnizarla. Expertos encontraron huellas del maltrato físico y sicológico; y también del abuso sexual. La Corte le ordenó al gobierno buscar a la familia de la niña, que hoy tiene aproximadamente 57 años, y emprender acciones para evitar que otros niños corran la misma suerte (ver Tutela).

El señor capitán Vitaliano Sánchez y doña Eunice Beltrán ya son personas mayores y quizás se vayan de este mundo sin pagar por sus acciones. Sin embargo, tendrán que vivir con los recuerdos de su hija Mónica Sánchez Beltrán, quien resolvió el dilema de su existencia a favor del más débil y de la justicia.   
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90 Comentarios

dino

dino

los militares adoctrinados para abusar y torturar a la sociedad civil vulnerable, ven una oportunidad de oro contratar personas humildes en sus casas para explotarlas laboral mente y sexualmente en nombre de los privilegios que leda esta democracia.Cualquier desacato en la casa de un militar tiene el riesgo de convertirse en un falso positivo.Militaar pasaporte para asesinar y abusar de su investidura
 
guillermoramonflorezlafont@yahoo.com.co

guillermoramonflorezlafont@yahoo.com.co

MALPARIDOS..........hpppppppppppppppppp..!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
 
guillermoramonflorezlafont@yahoo.com.co

guillermoramonflorezlafont@yahoo.com.co

MALPARIDOS..........hpppppppppppppppppp..!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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ensul53@yahoo.com.mx

ensul53@yahoo.com.mx

Coronel dale una investigadita a la vida del capitan VITALIANO en Cimitarra Santander y a la CAPITANA EUNICE. Esos son de los URIBEñOS y su finca no deja de tener historias.
 
yeparo2805@hotmail.com

yeparo2805@hotmail.com

la justicia siempre triunfa