domingo, 7 de septiembre de 2014

5 SOLUMNISTAS DE LA "SEMANA"

2014/09/06 22:00

El hombre que nació dos veces

 Por: Daniel Cornell


                                                   
                       
El expresidente Álvaro Uribe ha mantenido contacto personal con el señor Escobar a través de chat.
El enlace entre los militares y la operación masiva de ‘hackeo’ contra los negociadores de paz y contradictores del uribismo, tiene dos identidades. Carlos Escobar, señalado por el hacker Andrés Sepúlveda como contacto con la plataforma de inteligencia Andrómeda y el general Rito Alejo del Río, ha usado documentos e identidades diferentes en Colombia y en Estados Unidos donde estuvo preso por hacer compras con tarjetas de crédito falsificadas.


No se trata del simple uso de un alias. El señor Escobar tiene dos identidades distintas. Mientras en Colombia se llama Carlos Arturo Escobar Marín, en Estados Unidos se llama Walter Frank Pérez.


Carlos Arturo Escobar Marín tiene una cédula de ciudadanía colombiana que fue emitida con base en un registro civil de nacimiento. De acuerdo con ese registro civil, Carlos Arturo Escobar nació el 11 de enero de 1973 en Pereira. Sus padres son la señora Cielo Marín Buitrago y el señor Carlos Arturo Escobar Jiménez. (Ver registro civil)


En cambio Walter Frank Pérez –como se llama en Estados Unidos– nació en Nueva Jersey el 29 de julio de 1969 –cuatro años antes– y sus padres son otros distintos a los que aparecen en Colombia. Justamente bajo el nombre de Walter F. Pérez fue capturado y fichado en el año 2006. La reseña del sheriff del Condado de Hillsborough en Tampa, Florida, muestra la foto señalando que se trata de un ciudadano estadounidense arrestado bajo acusación de haber cometido delitos federales. (Ver reseña)


Los lectores de Semana.com pueden comparar la fotografía de la reseña de Walter Frank Pérez con una reciente de Carlos Arturo Escobar Marín. (Ver fotos comparadas)


Otro documento prueba, de manera definitiva, el uso de la doble identidad por parte del señor Escobar o Pérez. Se trata de su aceptación de culpabilidad ante la Corte del Distrito Oeste de Carolina del Norte suscrita en enero 17 de 2007.


El papel deja constancia de que es parte del proceso ‘United States of America vs Walter Frank Pérez’ pero –asombrosamente– el acusado firma con el nombre ‘Carlos Escobar’. (Ver documento)


Esta semana el señor  Carlos Escobar Marín le dio poder a su abogado, el penalista Gustavo Salazar Pineda, para presentar una carta a la Fiscalía General de la Nación. La reciente firma de Escobar es evidentemente similar a la que dejó Walter Frank Pérez en su confesión hace siete años. (Ver firmas comparadas)


En los registros públicos de Estados Unidos, Walter Frank Pérez, también conocido con el alias de Carlos Arturo Escobar Marín, tiene al menos diez anotaciones criminales. Van desde estafas con cheques hasta fraude con tarjetas de crédito, ahora podría sumarse la de uso de identidad falsa. Su perfil criminal señala que es un hombre inteligente, megalómano y con enorme capacidad de engaño.


Una hoja de vida suya publicada en Silicon India, narrada en primera persona y en inglés, deja entrever algo de eso: “Mi socio Piero Meza y yo empezamos una empresa o asociación de riesgo compartido de desarrolladores de productos  de seguridad para gobiernos en Latinoamérica especializada en interceptación de aplicaciones móviles y encriptación”. (Ver hoja de vida)


En Venezuela, donde también el señor Escobar se ha movido, lo acusan de interceptar ilegalmente comunicaciones usando plataformas Blackberry.


Con el señor Escobar ha mantenido contacto personal, y a través de chat, el expresidente Álvaro Uribe. La twittera Leszli Kálli publicó una de las conversaciones, ocurrida en enero, en donde hablan de la publicación de un libelo digital difamatorio contra Juan Manuel Santos. (Ver imagen del tweet)


La respuesta de Uribe fue: “Excelente Carlos y mañana la de crecimiento económico. Este ‘link’ lo pongo por la mañana”.


Es un hecho que el ahora senador Álvaro Uribe difundió desde su cuenta de Twitter el pasquín de Escobar. La prueba está en un trino suyo del pasado 5 de enero. (Ver el tweet)



                                 
                                                

2014/09/06 22:00

La lora de los expresidentes

por María Jimena Duzán

Será tal la desesperación en que nos tienen, que han logrado el milagro de hacer parecer a Ernesto Samper como el más ponderado de todo ese club de muebles viejos.
Ni el expresidente Uribe, ni el expresidente Pastrana, ni el expresidente Gaviria quieren convertirse en muebles viejos, como bien lo sentenció hace unos años otro exmandatario,  Alfonso López Michelsen. Él decía que los expresidentes debían ser como los muebles viejos a los que “se les tiene cariño, pero no se sabe dónde ponerlos”.

Los tres se han declarado en rebeldía: ninguno de ellos se sientecomo un mueble viejo; ninguno quiere pasar a sus cuarteles de invierno y, por el contrario, han decidido utilizar lo que les queda de poder para volver a la adrenalina que producen los reflectores en lugar de asumir la viudez del poder con la altura y la discreción que les exige su investidura.

El caso del expresidente Uribe es el más elocuente. En lugar de retirarse a sus aposentos, decidió regresar a la arena de la política vestido de senador y empuñando la bandera de un movimiento político hecho a su imagen y semejanza. En su nuevo papel de opositor acusa al gobierno de Santos de cometer todas las patrañas que él mismo utilizó para partirle el pescuezo a la Constitución y sacar adelante su reelección. El presidente de la yidispolitica, del carrusel de notarías y de puestos a cambio de los votos para su reelección, es ahora el defensor de la transparencia y el adalid de la lucha contra la corrupción. Ahora hasta le gustan las víctimas y las reconoce.

Pero tal vez su faceta más lamentable es la pretensión de que para que las instituciones funcionen hay que volver a reinstaurarlo en el poder. Sobre esa premisa, abiertamente antidemocrática, ha construido una oposición que ni siquiera reconoce la autoridad del presidente elegido por los colombianos. Convenció en mala hora a su movimiento que no asistiera a la posesión de Santos dando a entender que su ascenso al poder era espúreo y su discurso basado en el odio y en la descalificación no le permite a ninguno de los uribistas abordar los grandes temas de reconciliación que se están ventilando en el país. En el uribismo pensar en el posconflicto es una herejía. Uribe los tiene condenados a hacer política con esa camisa de fuerza que los avergüenza porque los hace aparecer ante el país como títeres de un expresidente atormentado.

Al expresidente Andres Pastrana le pasa algo peor: no tiene ni la quinta parte de la ascendencia que sí tiene el expresidente Uribe en la vida nacional, pero actúa como si fuera el gran líder de la Nación. En realidad el expresidente Pastrana perdió hasta su influencia en el Partido Conservador y desde hace un tiempo su discurso errático está movido más por peleas personales que por disputas éticas o ideológicas que valgan la pena. Su némesis es el samperismo, al que acusa de haber ensuciado la política porque la campaña de Ernesto Samper recibió dinero del cartel de Cali, pero no le importa sentarse en la misma orilla de José Obdulio Gaviria, de quien denigró una y mil veces enrostrándole que él nunca estaría al lado del primo hermano de quien lo había secuestrado. Pero ahí está.

Sin duda su peor momento lo tuvo hace poco cuando salió a los medios de comunicación a armar una pataleta porque le cambiaron al jefe de su escolta en la Policía y se atrevió a compararse con Luis Carlos Galán, a quien días antes de su asesinato le cambiaron su jefe de escolta que luego resultó vinculado al crimen. Con todo el respeto que me merece el expresidente Pastrana, su alharaca fue desproporcionada y sobre todo, indigna de su investidura. Si tuviera el aplomo que le falta, debería ofrecernos disculpas a los colombianos por aguantarnos sus pataletas.

Lo mismo debería hacer el expresidente César Gaviria, un exmandatario que a diferencia de los demás, ha dado muchas batallas importantes, lejos de mezquindades y de egos enfermizos. O al menos lo hizo hasta que su hijo Simón se metió a la política y al mismo partido. Desde ese momento al expresidente se le cambiaron sus prioridades y se le cruzaron los cables. Uno quisiera verlo pensando los grandes temas de este país, y no enfrascado en minucias burocráticas o defendiendo candidatos con hojas de vida impresentables como lo hizo con Gilberto Rondón. Sus rabietas no tienen justificación y empobrecen la política. Pero, además, demuestra que su añoranza por los reflectores lo tiene más preocupado que el porvenir de su partido y el país.

El periodista español Ignacio Camacho afirma que mientras en Estados Unidos los expresidentes fundan su propia biblioteca y se desentienden por completo de la política para no estorbar a sus sucesores, en España procuran influirlos con consejos que no les piden sin entender que la primera obligación de un heredero es cumplir el mandato freudiano de liquidar al padre. Aquí,  en cambio, solo dan lora. Y tal será la desesperación en que nos tienen, que han logrado el milagro de hacer aparecer al expresidente Ernesto Samper como el más ponderado de todo ese club de muebles viejos. Las vueltas que da la vida.                
                                                   
2014/09/06 22:00

El reto de reformar la política y los políticos

Falta una fuerza capaz de convocar a la ciudadanía para que sancione en las urnas a los políticos corruptos, a los aliados de las mafias, a los beneficiarios del clientelismo.
Vuelve la idea de reformar la política colombiana. Esta vez para desmontar el grave desequilibrio entre los poderes públicos que trajo la reelección presidencial aprobada en el mandato de Uribe; para intentar nuevas sanciones a fenómenos como la parapolítica y otras modalidades de ilegalidad y corrupción; para abrir la democracia y darle garantías de vida y de competencia limpia a las nuevas fuerzas que surjan de los acuerdos de paz; y para intentar una vez más fortalecer los partidos y acabar con la emergencia y consolidación de clanes políticos y microempresas electorales que hoy pervierten el oficio político.

La tarea es descomunal. Se trata en primer lugar de echar al suelo el mito de que tenemos la democracia más sólida y más persistente de la región y de reconocer que la política colombiana está atravesada por la violencia, las mafias y el clientelismo. Se trata de conjurar para siempre la tentación izquierdista de acudir a las armas para cambiar las instituciones y ofrecer mecanismos democráticos para realizar las transformaciones.  Y se trata de ganarle por fin el pulso a las fuerzas de la extrema derecha que impidieron forjar una democracia moderna y vigorosa a la largo del siglo XX.

El presidente Santos acaba de presentar los primeros puntos de la reforma dentro de un proyecto de acto legislativo concertado con los partidos de la Unidad Nacional que tiene además cambios importantes para el aparato judicial; en el Congreso se escuchan otras propuestas de las bancadas de oposición; y el año próximo estaremos, quizás, en un referendo para aprobar los acuerdos de La Habana. Serán dos años de intensa discusión.

No es mucho lo que ofrece Santos en esta primera iniciativa, pero es un buen punto de partida que ojalá no se malogre en el trámite parlamentario. La prohibición absoluta de la reelección presidencial; la ‘silla vacía’ para sancionar a los partidos que elijan parlamentarios vinculados a la ilegalidad y a la corrupción; y la instauración de listas cerradas y bloqueadas a los cuerpos colegiados son tres medidas para corregir el zarpazo que Uribe la pegó a la constitución del 91 y a la política colombiana en sus ocho años de gobierno y para deshacer entuertos de las últimas reformas.

Ahí falta un mundo, faltan cosas esenciales: conquistar el respeto a la vida para los opositores y disidentes, aprobar un verdadero estatuto para la oposición, reformar el sistema electoral, democratizar los partidos políticos para que la lista cerrada no se convierta en una trampa, facilitar el acceso de todas las expresiones políticas a los grandes medios de comunicación.  Muchos de estos cambios están enunciados en el punto dos de los acuerdos entre el gobierno y las Farc  y se deberían empezar a discutir antes de que termine el año para ir creando un ambiente propicio para el referendo.

El primer bache que debe superar la ola reformista es el Congreso.  La composición no ayuda.  En el lado derecho está la bancada uribista que se opondrá con uñas y dientes a reformas clave para las paz y a grandes incentivos para la izquierda y para la pluralidad política. En el centro un grupo impresionante de parlamentarios herederos de la parapolítica y beneficiarios del clientelismo que se opondrán soterradamente a cambios que pongan en riesgo su poder regional y su presencia en la política nacional. Del lado de los cambios y las reformas solo queda, por convicción, un grupo influyente
pero minoritario que deberá desplegar un liderazgo impresionante para sacar adelante las propuestas del presidente.

Pero, aun suponiendo que el Congreso aprueba la reforma propuesta por Santos y que, además, la ciudadanía aprueba el referendo con los acuerdos de La Habana, no podemos cantar victoria. Falta lo más importante. Falta una decisión de las elites políticas. Falta un gran movimiento por la renovación de la vida pública. Una fuerza capaz de convocar a la ciudadanía para que sancione en las urnas a los políticos corruptos, a los aliados de las mafias, a los beneficiarios del clientelismo.  Falta que la ciudadanía se decida a imponer una sanción social y política a quienes se amparan en la ilegalidad y la violencia para acceder y conservar el poder político. Solo si los directores de los partidos —la mayoría de ellos gente decente y comprometida—  se niega a admitir en sus filas y a dar avales a gente cuestionada o a sus herederos, aunque no se encuentren judicializados, es posible iniciar la reforma de los políticos, que es, sin duda, la gran tarea para transformar la vida pública del país.


 
                                                   

2014/09/06 22:00

Pachito, alcalde

por Daniel Samper Ospina

Opté por colombianizar algunos clásicos infantiles porque los niños aprenden con cuentos. Como los uribistas.
Tengo dos hijas de 6 y 7 años que saben de política electoral lo mismo que Enrique Peñalosa: es decir, nada. Desde hace una semana la menor de ellas perdió su Furby y mi vida se convirtió en un calvario.

– ¿Qué diablos es un Furby? –le pregunté cuando se me acercó llorando–.

–Una marioneta que arruga la cara y es toda tierna –respondió sollozando.

– ¿Como Óscar Iván?

– ¿Quién es Óscar Iván? –-me preguntó entre pucheros.

– El excandidato de Uribe –le expliqué.

– ¿Uribe? ¿Cuál Uribe? –intervino su hermana mayor.

– Es el señor que salió en el noticiero: el que gritaba cosas montado en un caballo.

– ¿Ese no era Woody, el de Toy story?

– No, Woody es educado –la corrigió su hermana.

– Pero estaba con el señor Cara de papa, o sea que sí era Woody –dijo la menor.

–Ese –les advertí– era el doctor Valencia Cossio, presidente del comité de transparencia del Centro Democrático: me hacen el favor y lo respetan.

– ¿A quién, al señor Valencia o al señor Cara de papa? –inquirió la grande.

– A ambos –titubeé yo.

– Bueno: pues se  me perdió el Furby –interrumpió la menor–. ¡Maldita marioneta! ¡No sirve para nada!
Me preocupó que mi hija gritara las mismas frases del expresidente Uribe el día de la derrota electoral, y desde entonces me propuse enseñarles a ambas algunos asuntos de la vida política colombiana con el fin de que, por contraste, aprendieran a comportarse.

Opté por colombianizar algunos clásicos infantiles que fueran moralmente ejemplarizantes, porque, finalmente, los niños aprenden con cuentos. Como los uribistas.

Escribí una variación criolla de los tres cerditos en que el gobierno les adjudicaba una casa de ladrillo; Santos dormía con ellos la primera noche y al día siguiente posaba frente a las cámaras sentado en una suerte de retrete, y al final, llegaba el lobo, que vendría siendo César Gaviria, y soplaba. Y al soplar escupía un diente.

Después elaboré otras historias: la del flautista de Hamelín, encarnado en Moreno de Caro, quien caminaba hacia el Congreso seguido por una estela de ratas de todos los partidos que al final ingresaban a la Unidad Nacional. O la de la pastorcita mentirosa: una niña de apellido Piraquive que montaba una iglesia cristiana y no permitía el ingreso al púlpito del Jorobado de Notre Dam. O la del Popeye colombiano, un marinero que salía de la cárcel de Cómbita y confundía con espinaca el ladrillo de marihuana que alguna vez Santos olfateó delante de las cámaras. Incluso aventuré una más en que Winnie the pooh venía a Colombia, cambiaba la miel por la mermelada oficial, clavaba una tachuela en la cola de Andrés Pastrana creyendo que era su amigo burro, y era perseguido por el procurador, quien lo señalaba de ser activista LGTBI.

Pero escribía y escribía, y los textos no arrojaban ningún saldo pedagógico: solo producían redondos bostezos en la boca de mis hijas, en especial cuando recité una versión moderna de La gata bandida, en la que me vi literalmente a gatas para encontrar rimas con Enilse.

Se me ocurrió, entonces, recorrer el camino contrario: encontrar un personaje de nuestra vida política que fuera abiertamente compatible con el mundo de la literatura  infantil: hallar una suerte de mono animado, pero de carne y hueso, a todas luces tierno, a todas luces díscolo, capaz de liderar una saga moralizante a través de la cual los niños aprendieran a no ser como él. Y esa persona no podía ser otra que Pachito Santos.

Y así lo hice: publiqué una serie inspirada en su biografía: Pachito se pelea con su primo; Pachito electrocuta un estudiante; Pachito guarda silencio por un mes. Me faltó Pachito bombardea una escultura de Arenas Betancur, capítulo que descarté por violento.

Pero observo que la serie ya quedó desactualizada porque, según El Tiempo, esta tarde Pachito lanzará su aspiración a la Alcaldía de Bogotá en el salón comunal de Marsella, una sede anteriormente salada por Uribe. Y todo confluye a su favor: hasta la Policía le hace un guiño a su candidatura con las pistolas Taser.
Yo sé que nuestro personaje merece un destino diferente al de observar el arte erótico que pinta su mujer, deliciosamente inspirado en él. Y reconozco que ser el único bogotano al que todos manosean aun sin subir a Transmilenio tiene un mérito. Aun más: comprendo que quiera adueñarse del millón de votos obtenidos por Zuluaga en Bogotá, porque conforman un verdadero bloque en la capital, como era su sueño.

Pero seamos francos: a la ciudad no le cabe un hueco más. Ni siquiera Pachito. Y pasar de Bacatá, la mascota de Petro, a Pachis, la mascota de Uribe, sería deprimente.

Por eso, mi solicitud es que deponga la candidatura y asuma un desafío que sí pueda superar. Y a eso voy: el tal Furby de mi hija no aparece. Y yo vivo un calvario, porque la niña resultó furbirista. No quiero que Óscar Iván lo reemplace porque aún tiene demasiados asuntos por explicar. De modo que Pachito es el único peluche que puede sacarme del apuro. Le pido, pues, que acuda en mi rescate. Mi hija no notará la diferencia. Y el señor Cara de papa puede vigilar el proceso para que se haga con transparencia.