lunes, 8 de diciembre de 2014

Vladimir Putin, el temido oso ruso vuelve a rugir

Este jueves Vladimir Putin acusó a Occidente de querer socavar y destruir la economía rusa para castigarla por crecer con fuerza.
Foto: Getty Images
Este jueves Vladimir Putin acusó a Occidente de querer socavar y destruir la economía rusa para castigarla por crecer con fuerza.

Vladimir Putin, el temido oso ruso vuelve a rugir

El presidente ruso es el personaje internacional del 2014 por sus pulsos con Occidente.

 
Es bien conocido el incidente en el que Vladimir Putin ordenó en una reunión con Ángela Merkel que su perro labrador negro ingresara al salón. La foto que devela la expresión temerosa de la mandataria alemana, cuyo miedo a los perros es mundialmente conocido, se hizo viral en medios y redes sociales. Recientemente, Merkel explicó la estrategia de Putin: “Entiendo por qué tiene que hacer estas cosas –probar que es un hombre–. Él le teme a su propia debilidad. Rusia no tiene nada, ni una política ni una economía exitosa. Todo lo que tienen es eso”.
La interpretación no es tan traída de los cabellos. De hecho, varios teóricos de las relaciones internacionales han sugerido que los momentos en los que las grandes potencias se vuelven más agresivas, es justamente durante su etapa de decadencia y se trata simplemente de un intento por racionalizar y por ocultar su propia debilidad.
De hecho, recientemente The Economist tituló que la economía rusa se encuentra “al final de la línea”. El artículo arguye que se espera que los próximos dos años no traigan crecimiento a ese país (en el 2013 la economía creció un 1,3 por ciento y para el 2014 el Fondo Monetario Internacional pronostica que crecerá un 0,2), que la inflación siga en aumento y que el rublo siga perdiendo su valor (ha caído en casi un 30 por ciento).
Como si esto fuera poco, los brazos económicos y comerciales de su principal rival –Estados Unidos– no han parado de extenderse. La posibilidad de que el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP, en sus siglas en inglés) se materialice y que se concrete la creación de la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés), le crea serios problemas a una Rusia que parece cada vez más aislada de un juego comercial que Estados Unidos está dominando con destreza. Mientras este último amplía su esfera de influencia en Asia-Pacífico y Europa a través de estas negociaciones, Rusia luce alejado y con pocas posibilidades de competir.
Hay que, eso sí, evitar menospreciar los intentos de Putin por armar sus propias alianzas en otros lugares del mundo. Si bien no tiene el mismo alcance comercial y económico de los movimientos que ha adelantado Estados Unidos, sería un error intentar menospreciar esa dimensión de la política exterior rusa. El acercamiento a América Latina, para poner solo un ejemplo, una región que está intentando aumentar sus márgenes de autonomía frente a Estados Unidos, es un caso emblemático.
A pesar de que el énfasis de la presencia rusa en América Latina después del final de la Guerra Fría ha estado puesto en intercambios comerciales (especialmente de armas), en marzo del 2014, el Ministro de Defensa ruso anunció la existencia de planes para construir bases militares en Nicaragua, Cuba y Venezuela. En julio, Putin firmó un acuerdo con la presidenta argentina, Cristina Fernández, para ayudar a construir un reactor para una planta nuclear e informó que planea construir bases militares en ese país. El Gobierno argentino apoyó a Rusia en la disputa en Crimea y ese tipo de favores en el sistema internacional se pagan bien.
Una América Latina con un fuerte sentimiento antiestadounidense en varios países y unos Brics dispuestos a crear un espacio alternativo y por qué no, desafiante del poder de Estados Unidos, son los escenarios naturales de la diplomacia rusa por estos días. La lista de aliados de Putin en la arena internacional se puso sobre la mesa gracias a su incursión en Crimea: India, China, Irán, Siria y Bielorrusia cuentan entre los más fieles.
La confrontación en Crimea
La situación en Ucrania aún no resulta en ganadores ni perdedores absolutos. Los combates continúan y Putin ha declarado que no permitirá que los rebeldes prorrusos sean derrotados militarmente. A pesar de las advertencias de Alemania y las sanciones de Estados Unidos, Putin continuó usando un tono desafiante y por ahora no tiene la intención de retirarse del vecino país. Mientras la comunidad internacional observa impotente y Rusia insiste en pelear una guerra difícil, el saldo ya es de 4.000 personas asesinadas.
Por supuesto, Putin terminó anexándose la península de Crimea y ello es en sí mismo una ganancia. Con la anexión, Rusia adquirió el manejo de la base naval de Sebastopol, sede de las tropas rusas en el mar Negro, y no tendrá que pagar más alquiler por la misma. Adicionalmente, las reservas en Crimea de gas (165.300 millones de metros cúbicos) y de petróleo (44 millones de toneladas) ahora son propiedad rusa, al igual que empresas agrícolas e industriales, infraestructura diseñada para el turismo y siete puertos.
Frente a esta agresiva política exterior, la estrategia de Washington ha sido la de intentar contener el poder ruso. Para Washington, la identidad de Rusia (ayer Unión Soviética y anteayer Rusia Zarista) siempre ha sido la misma: se trata de un Estado hegemónico y expansionista, con pocos incentivos para negociar y para hacerle venias a cualquier otro poder que busque ponerlo en orden. Frente a un Estado así, la aspiración de Washington no es infringir una derrota definitiva sino mantener el statu quo y evitar que su rival adquiera más poder del que ya tiene. Esa es la razón por la cual la alianza euroasiática que propuso Putin en el 2011 fue vista con resistencia y hostilidad por parte del Gobierno estadounidense; ante el intento de Putin por aumentar su influencia, Barack Obama ha buscado a través de alianzas y asociaciones comerciales, ponerle un cerco visible y tangible a las ambiciones rusas.
Pero a pesar de que Washington tiene toda la intención de contener el expansionismo ruso, Obama también tiene claro que no quiere pagar el costo político y militar que implicaría hacerlo a las malas. En este preciso momento, Estados Unidos y los europeos siguen trabajando en un sistema de sanciones aún más fuerte en contra de Rusia que aplicarían si los separatistas prorrusos no reducen sus ataques y Putin insiste en no cumplir los compromisos de Minsk de septiembre de este año (allí las partes se comprometieron a un cese bilateral del fuego inmediato). No sobra recordar que ya hay un sistema de sanciones sobre los sectores financieros, de defensa y energía que está terminando de torcerle el brazo a la bien deteriorada economía rusa.
Ahora bien, esta contención estadounidense tiene unas dimensiones menos discutidas. A pesar de que muchos ven con buenos ojos la construcción de alianzas militares y comerciales por parte de Estados Unidos, es justamente en esa red de ‘amigos’ de Washington que Putin identifica una amenaza. John Mearsheimer, un conocido internacionalista estadounidense, ha insistido en un punto válido: si Occidente no se hubiese obsesionado con la ampliación de la Otán, Putin no se habría sentido acorralado y, probablemente, no habría reaccionado con la violencia que lo hizo después de que Ucrania manifestara su deseo de ser parte de la Unión Europea. Occidente, dice Mearsheimer, se ha ido moviendo hacia el patio trasero de Rusia y ha amenazado sus intereses estratégicos más fundamentales. En un escenario así, es ingenuo no esperar una respuesta como la de Putin. Por tanto, si se busca una Rusia pacífica, hay que bajarle el tono agresivo (y por qué no, también expansionista) a la estrategia de contención de EE. UU.
Dicho todo lo anterior, es preciso señalar que lo que está en juego en el escenario de la confrontación con Ucrania, pero también en otros lugares del globo, es justamente a favor de quién se inclina la balanza del poder mundial. Las implicaciones de dicha inclinación no son de poca monta: cada potencia internacional trae, con su deseo de ser dominante, una larga lista de reglas del juego bajo las cuales quiere que se comporten los otros y se desenvuelvan las interacciones internacionales. En la médula del enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia está un desacuerdo profundo alrededor del tipo de sistema internacional que quiere cada uno, alrededor de cómo se tratará a los menos poderosos. El asunto nos concierne.
Un presidente con muchos votos
Vladimir Putin es el político ruso que más tiempo ha estado como mandatario de su país desde la caída de la Unión Soviética. Fue presidente interino entre 1999 y el año 2000, tras la renuncia de Boris Yeltsin. Luego fue presidente para el periodo 2000-2004. De inmediato logró ser reelegido para gobernar entre 2004 y 2008. Finalmente volvió a mostrar sus intenciones de regresar al poder en 2011 y el 24 de septiembre de ese año se postuló a la presidencia. En marzo del 2012 se montó por tercera vez con el 63 % de los votos (45 millones). Tiene 62 años, es abogado y exagente de la KGB.
SANDRA BORDA G.*
Para EL TIEMPO
* Directora del Centro de Estudios Internacionales (CEI) de la Universidad de Los Andes.