lunes, 29 de abril de 2013

El Polo Democrático: ambigüedad y corrupción en la izquierda colombiana

Columna del lector
Por alvarodelgado
29.04.2013


El Polo Democrático: ambigüedad y corrupción en la izquierda colombiana

Una a cadena de errores ha llevado al Polo a ubicarse hoy al lado de los enemigos de la paz y de los más corruptos. ¡Qué paradoja!
Álvaro Delgado *

Frentes populares e izquierda dividida
 
En Colombia, la iniciativa de promover frentes populares, independientes y progresistas, ha sido principalmente obra de la izquierda, no solo porque constituye la parte más débil del espectro político, sino porque está sintonizada con el ritmo del mundo y porta con más propiedad las claves de la sociedad del porvenir.
Desde la organización del movimiento popular que llevó al poder a López Pumarejo en 1934 y la creación de la Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC) dos años más tarde, hasta la aparición del Polo Democrático Alternativo (PDA) en 2005, todo lo construido por las fuerzas de izquierda ha sido fruto de acuerdos entre agrupaciones heterogéneas en sus ideologías.
La última división de la izquierda tiene perpleja a la opinión pública. Sin embargo, esa situación no es novedosa. Existe desde la misma aparición de esa tendencia, en los años 20 y 30 del siglo pasado. Los historiadores así lo han consignado: la izquierda colombiana ha estado lejos de ser unívoca.
Nada más patético que un encuentro casual de Gilberto Vieira, Gerardo Molina y Diego Montaña Cuéllar, paradigmas del celo izquierdista. Para no mencionar a Antonio García, el investigador de la economía nacional, quien acabó de consejero de Rojas Pinilla.

Hermanos enemigos
La dirección ejecutiva del Partido Comunista (PC) enterró desde el primer momento la historia de su padre, el Partido Socialista Revolucionario (PSR), privando a sus cuadros de conocer la rica experiencia de trabajo entre el artesanado y las mujeres en trance de liberación ideológica que ese partido recogió en los tiempos que María Tila Uribe denominó acertadamente “los años escondidos”. Por eso mismo la nueva agrupación política no pudo aprovechar la enseñanza de vida de María Cano, y ella tuvo que volar sola, como un hada fantástica de las huelgas obreras.
Los intelectuales comunistas que entraron en función partidaria en los años 30 y siguientes desconocieron o descuidaron el estudio de la segunda mitad del siglo XIX colombiano, sobre todo el último cuarto de siglo, cuando aparecieron las primeras expresiones del trabajo asalariado, que sí percibieron y trataron los economistas conservadores y liberalesde la época. La historia oficial del PC que se refiere a los años 20 fue desfigurada para responder a intereses de grupo, pero en ella reposa la clave de todo lo que siguió.
En esa narración del PCC, el año 1930 —año de su fundación— aparece como el primer día de la creación del socialismo científico colombiano. Pero el comunismo infantil de las expulsiones mutuas entre socialistas y comunistas en procura de conseguir la pureza
ideológica solo vino a terminar en 1947, cuando el partido se unió en torno a Vieira. Desde entonces tiene una existencia partidista localizable.
La obsesión de los dirigentes comunistas fue y ha sido siempre la de separar su cuerpo de pensamiento de cualquier cercanía con el liberalismo, la doctrina individualista de la burguesía.
Ahora bien, el partido que la representa entre nosotros es ochenta años más viejo, no ha sido enteramente una formación reaccionaria y los izquierdistas siempre se lo han cruzado en el camino. Nunca han podido zafarse de su sabiduría política y de su protección, en un país como el nuestro, uncido como pocos de sus pares latinoamericanos a la intolerancia ideológica de la derecha.
El factor que precipitó la aparición del PC en el seno del PSR fue la supuesta supeditación de los socialistas a los jefes liberales de los años 20 y 30. Eso no impidió que todas las alianzas políticas tejidas por los comunistas desde entonces —Frente Democrático, Unión Nacional de Oposición, Unión Patriótica, sobre todo— hayan incorporado tendencias avanzadas del liberalismo (MRL) e incluso del conservatismo (Anapo independiente).
Con el aditamento de que en la última alianza, el Polo Democrático Alternativo, los comunistas, el MOIR, la izquierda moderada de Clara López y un sector liberal independiente representado por Carlos Gaviria se supeditaron a las andanzas de uno de los núcleos reaccionarios más descompuesto del país: la familia Moreno Rojas.
¿Cómo pudo ocurrir eso? ¿Por qué lo que se suponía impoluto terminó sumergido en la podredumbre? ¿Puede haber mayor inconsecuencia política en una alianza que calla ante el saqueo continuado de Bogotá por la mencionada familia, persigue al grupo del senador que denunció ese delito y desconoce luego el resultado de la consulta interna del PDA que lo ungía como cabeza de esa alianza y como su candidato presidencial?
El episodio final del drama nadie lo imaginó: el senador Gustavo Petro, prácticamente expulsado del PDA, gana la alcaldía de Bogotá con el apoyo de la ciudadanía de todo color que antes había acompañado a esa alianza. El descrédito del Polo alcanzó entonces sus más altos índices y bastó con la expulsión posterior de los comunistas para que hoy sea apenas un remedo del pasado.

El PC y la izquierda pragmática
El experimento unitario de la Unión Patriótica (UP) fue la primera experiencia de alianzas de izquierda en la cual la parte civil —en este caso el PC— no operó como la fuerza fundadora. La dirección de las FARC se limitó a comunicar al partido que había adoptado ese proyecto y el partido, meditabundo entre el sí y el tal vez no, se limitó a acoger públicamente la idea cuando la ola de adhesiones populares se tornó incontenible, sobre todo en las regiones campesinas.
Ya sabemos en qué terminó ese intrépido esfuerzo de muchos colombianos por acabar con la guerra. De lo que no se ha hablado es del cambio radical de los comunistas en la forma de hacer la política.
El enorme sacrificio de vidas y valores políticos que envolvió el colapso final de la UP paralizó los planes de construcción de fuerzas aliadas por parte del partido mejor organizado y más consecuente con las alianzas, el PC.
La iniciativa la tomó un minúsculo sector liderado precisamente por un personaje que abandonó las filas del partido, Luis Eduardo Garzón, quien venía de presidir la mejor época política de la central obrera CUT.
En el proceso de ampliación de las filas del primer Polo, el PC decidió aliarse con su inevitable enemigo, el MOIR, pero al mismo tiempo invitó a un personaje sin peleas y de indiscutibles méritos morales: el exmagistrado Carlos Gaviria, la figura que en 2008 llevó a la izquierda unitaria a alcanzar la más alta votación en toda la historia del país.
Pero el PC del siglo XXI ya no era el mismo que había enfrentado la violencia de los años 80. Sus cuadros renovadores, casados con la idea de cerrar de una vez por todas la historia de los odios y las trampas en las filas de la izquierda y construir por fin una sola fuerza civil unitaria, despegada de la lucha armada, habían desaparecido.
Bernardo Jaramillo, José Antequera, y a su lado otros más que fueron expulsados de los puestos de dirección, habían sido asesinados. La dirección ejecutiva del PC, ahora gobernada por individualidades sin mayores méritos políticos ni antecedentes de lucha y de construcción partidaria en las barriadas y las regiones campesinas, arribó a la nueva alianza como invitado de última hora y nunca ejerció funciones de dirección política independiente en el seno del Polo Democrático.
Estuvo siempre a rastras de sus aliados, el MOIR y las pequeñas pero ardorosas agrupaciones totalmente electorales de la izquierda no radical, quienes terminarían por expulsarlo del proyecto, en un acto torpe y oportunista, que recibió paradójicamente el baculazo del símbolo vivo de la honestidad republicana: el maestro Gaviria.
Ese lance comprobó que en la espléndida victoria electoral de la izquierda en 2008 había enredado algo peor que los supuestos o reales titubeos políticos de socialistas y liberales de la primera y la segunda mitades del siglo XX: los puestos públicos, las prebendas, el manejo del presupuesto del Estado.
Esto ocurre en un momento de retroceso del conjunto de la izquierda en el mundo y en particular en América Latina, a consecuencia del hundimiento del experimento socialista y del sueño que habían abrigado millones de seres: la edificación de una sociedad igualitaria y en paz.

Ambigüedad y corrupción
Todas esas fuerzas —con particular encono las que representan al sindicato magisterial, que hace mayoría abrumadora en la CUT y fue el más afectado del país por la violencia paramilitar— están convencidas de que los comunistas las llevaron a la mala idea de aparecer como defensores o propulsores de la lucha armada y que a ese papel no le jalan más.
Por eso, aunque no condenan de frente las negociaciones de paz de La Habana, rechazan cualquier apoyo a los nuevos movimientos que en los últimos años están recorriendo la Nación en demanda de que termine el conflicto armado interno de una vez por todas.
Con el mismo argumento se negaron a participar en la marcha nacional del pasado 9 de abril, alegando simiescamente que hacerlo significaría apoyar la política reeleccionista del presidente Santos.
Coinciden de hecho, pues, con los peores enemigos de la paz: el expresidente Uribe, el actual ministro de Defensa (que más parece de la guerra) y el Procurador del oscurantismo y la sepultura definitiva de las víctimas sobrevivientes de la violencia.
El anticomunismo como doctrina pública sigue tan vivo como en los lejanos años 50. Es un anticomunismo original, intolerante, antiséptico. En el caso del Polo, estuvo años bailando con la pareja que le olía mal, pero al final salió vencedor en manos de dos personas eficaces y batalladoras: Clara López y Jorge Enrique Robledo.
Muchísimos terminarán votando por Santos solo porque acabó la guerra, el objetivo magno de hoy en Colombia. Es trágico ver a la remanente dirección nacional del Polo expulsando a Santos de las filas de la paz, a tiempo que silencia para siempre su apaciguamiento o contubernio con el grupito del Polo que saqueó a Bogotá durante tres años.
Los colombianos guardamos todavía la fotografía imaginaria de Clara López madrugando a dar el pésame a la familia Moreno Rojas… al día siguiente de conocida la orden de arresto del alcalde.