sábado, 7 de septiembre de 2013

¡Pobre mi Universidad Nacional! . Por: FERNANDO SÁNCHEZ TORRES


¡Pobre mi Universidad Nacional!

Por: |

Fernando Sánchez Torres
 
Laboratorios y oficinas se hallan bloqueados, con el agravante de que pocos meses atrás se había apelado al mismo recurso, poniendo en riesgo el primer semestre académico.
     
A quienes nos formamos en los claustros de la Universidad Nacional (UN), la penosa situación por la que atraviesa en la actualidad tiene que dolernos hondamente, si de verdad la amamos y le conservamos gratitud.
 
Además de estar padeciendo una angustiosa penuria presupuestal, su transcurrir académico y administrativo quedó en manos de un puñado de funcionarios sindicalizados que, invocando el derecho a la protesta, la mantienen secuestrada, humillada.

A la fuerza, aulas, laboratorios y oficinas se hallan bloqueados, es decir, paralizados, con el agravante de que pocos meses atrás se había apelado al mismo recurso, poniendo en riesgo el primer semestre académico.
 
A directivos, profesores y estudiantes se les niega el derecho a dirigir, a enseñar y a aprender, sin tener en cuenta que las consecuencias negativas que ello apareja afectan los intereses de la ciudadanía toda, que es la que con sus aportes mantiene activa a la más importante universidad pública del país.
 
De manera cíclica, la UN es objeto de parálisis fugaces por causa de los llamados eufemísticamente ‘retozos democráticos’ a que nos tienen acostumbrados unos pocos estudiantes, que la utilizan como instrumento político a favor de sus pretensiones revolucionarias, anarquistas.

A sabiendas de que ella es una especie de caja de resonancia, producen bochinche en sus predios para que repercuta en todo el país, como suele suceder.
 
Excepcionalmente, las protestas estudiantiles han sido motivadas por razones académicas. Hace dos años, la Facultad de Medicina hubo de interrumpir sus actividades durante un semestre porque los estudiantes reclamaban mejora de la calidad de la docencia.
 
Como consecuencia del cierre de su hospital universitario –el legendario San Juan de Dios–, consideraban que la formación clínico-quirúrgica era muy deficiente. Sin duda, se trató de un reclamo justo, digno de admiración, como que los muchachos prefirieron sacrificar seis meses de su carrera en pro de una mejor idoneidad profesional.

Algo también admirable: no hubo bochinches, ni pedreas, ni se atentó contra los derechos de los demás.
 
Pero lo que está ocurriendo ahora es un asunto que causa pasmo. Independientemente de que a los trabajadores que tienen secuestrada la institución les asista o no la razón, es un hecho de inusitada gravedad.
 
Como ya dije, miles de estudiantes, profesores y directivos esperan impotentes que la situación se resuelva para poder reiniciar sus actividades.

No obstante que las pretensiones salariales de los amotinados seguramente supera en mucho la capacidad financiera de la universidad, el bloqueo seguirá siendo la estrategia para el chantaje.
 
Ante la perspectiva de que la anormalidad se prolongue y los perjuicios se acrecienten, ¿no sería válida una acción de fuerza que rescatara la institución de sus captores? La libertad de unos pocos termina donde se avasalla la libertad de los demás.
 
En alguna ocasión, frente al cadáver del líder liberal sacrificado Rafael Uribe Uribe, el maestro Guillermo Valencia exclamó: “¡Democracia, bendita seas aunque así nos mates!”. Frente a los atropellos que hemos vivido en estos días –incluyendo el que está ocurriendo en la UN– me pregunto perplejo: ¿Es necesario soportar tanta ignominia para que tenga vigencia la democracia?
 
 René Orozco Echeverry/Editor/Redactor/elciberecovirtual.blogspot.com