LOS 5 COLUMNISTA DE LA "SEMANA"...
31 agosto 2013
¿Hay un nuevo país?
Por María Jimena DuzánVer más artículos de este autor
OPINIÓN Hay una falta de interlocución entre el gobierno y sus gobernados, porque los partidos ya no sirven de intermediarios pues representan cada vez menos los intereses de los colombianos.

Este paro agrario ha demostrado que en Colombia se está cocinando un país político muy distinto al que creen tener bajo su égida los políticos tradicionales. La primera evidencia de ese nuevo país, es que la política ya no está pasando por el Congreso, sino que se está haciendo en las calles. </div>
Eso lo demuestran las marchas de estas últimas semanas, las cuales movilizaron a miles de colombianos que están inconformes con el sistema educativo y con las políticas agrarias. Aunque los políticos se niegan a aceptarlo, cada día aumenta el número de ciudadanos que sienten que los caciques regionales no defienden sus intereses y que ha llegado la hora de salir de esos intermediarios. Eso fue lo que sucedió el domingo pasado cuando 50.000 boyacenses salieron con su cacerola a protestar en la Plaza de Bolívar sin que ninguna organización los convocara.
Prueba de cómo ese inconformismo se está cocinando por fuera de los partidos tradicionales y de los escenarios conocidos, es lo que sucedió con la ley de educación de este gobierno, la cual fue retirada por el presidente Santos no por presión de los partidos de oposición sino por las marchas que hizo la Mane. El Partido Liberal, el Conservador y el uribismo fueron unos simples convidados de piedra en un tema crucial de la política.
Algo similar está pasando en este paro agrario: ni el Partido Conservador, ni el Liberal –con excepción de la mediación del expresidente Samper en el Catatumbo– han tenido que ver en la negociación con los campesinos. Y curiosamente el papel de mediador lo ha desempeñado la Iglesia, a través de monseñor Castro, un prelado que sí tiene la sensibilidad de mirar más allá de lo que los medios informan.
Pero no solo el inconformismo se está tramitando por fuera de los partidos tradicionales. También de las agremiaciones y de las asociaciones que se olvidaron de defender los intereses de sus asociados. Los campesinos no se ven representados ni en Fedepapa ni en asociaciones campesinas como la Anuc, que tampoco ha aparecido en el escenario. Algo similar pasa con los estudiantes y Fecode.
Este país que se está levantando tampoco es uribista como lo cree el expresidente Uribe y, para su sorpresa, considera casi un insulto que haya decidido presentarse ahora como el salvador después de que fue él quien negoció el TLC sin pensar en el futuro del campesinado. No es sino preguntarle a cualquier labriego si no consideran un acto de cinismo que ahora venga a apoyarlos, cuando los dejó clavados en su gobierno.
Y por último: este país que se ha tomado las calles para protestar tampoco es títere de las Farc, como muchos creen. Los campesinos colombianos han padecido la violencia de la guerrilla en carne propia y son los que más han sentido la guerra. Satanizar su protesta porque una minoría cada vez más exigua tiene vínculos con las Farc no solo es miope, sino que se le otorga a esa guerrilla una influencia que en realidad no tiene.
Si de verdad la tuviera, las Farc no estarían sentadas en La Habana sino en la Casa de Nariño, porque ya se habría tomado el poder por la vía armada. Y la sola insinuación de que los campesinos y los estudiantes que están saliendo a protestar lo hacen porque están impulsados por las Farc, como lo hizo Lucho Garzón, es una lectura equivocada de lo que está ocurriendo en el país.
En Colombia hay un descontento por la incapacidad del Estado de ejecutar políticas sociales y públicas, que es innegable. Pero también hay una falta de interlocución entre el gobierno y sus gobernados, porque los partidos ya no sirven de intermediarios pues representan cada vez menos los intereses de los colombianos.
Si Santos no entiende este momento y sigue pensando que a nadie le importa lo que pasó con la reforma judicial en el Congreso, lo que está pasando en la de la salud, ni que en las listas de la Unidad Nacional se esté reencauchando a los del 8.000, poniendo a las hijas o a las hermanas o a las esposas de los políticos que están en prisión por parapolítica, se equivoca.
Para llorar
Por Daniel CoronellVer más artículos de este autor
OPINIÓN Por cada granada de humo blanco pagamos 43.880 pesos. Cada cartucho de gas nos vale 27.183 pesos.
Se ha vuelto un lugar común decir que todos pierden con los paros. La frase es tan repetida como falsa. Hay unos que ganan –y ganan mucho- cada vez que hay una protesta. La industria de las llamadas “armas no letales” recibe multimillonarias utilidades por cuenta de la represión de las manifestaciones en Colombia y en el mundo. Los dueños de esa industria tienen a la vez intereses en negocios como la venta de productos lácteos o la calificación de riesgos en países como el nuestro.
El gas lacrimógeno es uno de los mejores negocios de esta época. A pesar de que la Organización de Naciones Unidas clasifica el gas lacrimógeno como un arma química, los poderosos intereses detrás de esta industria han logrado que su producto estrella se comercialice a nivel mundial como “arma no letal”
La mayor productora de gas lacrimógeno es una empresa llamada Combined Systems Inc. La compañía funciona en Jamestown, un pacífico pueblito con menos de 700 habitantes en Pensilvania, Estados Unidos.
De acuerdo con su página oficial su negocio es la “fabricación y suministro de municiones tácticas y dispositivos de control de masas a las fuerzas armadas, la policía, las autoridades carcelarias y las agencias de seguridad nacional en el mundo entero” (Ver link)
La compañía es una máquina de hacer dinero. Cuanto peor le vaya al mundo, mejor le va a ellos. Un reciente estudio adelantado por la profesora Anna Feigenbaum de la Universidad de Bornemouth en Gran Bretaña, prueba que durante los períodos de crisis económica se disparan los gastos antimotines.
El periodista Marcelo Justo hizo un completo reporte para BBC Mundo que muestra, entre otras revelaciones, el ejemplo de España. Mientras el gobierno de Rajoy recortó el presupuesto de 2013 en casi todas las áreas, empezando por salud y educación, hubo un aumento de 17 veces (!) en el renglón de ‘antidisturbios’. Los fondos pasaron de 173.000 euros a más de tres millones. (Ver vínculo)
Colombia es un gran comprador de Combined Systems. De acuerdo con una publicación de Source Watch los principales clientes de la compañía fabricante de gas lacrimógeno son en su orden: Estados Unidos, Israel, Egipto, Colombia y Yemen. (Ver vínculo)
En el año 2007, se registraron 800 protestas en Colombia. El 26 de diciembre de ese año -en medio de las celebraciones de navidad y año nuevo- el gobierno de entonces firmó a través de la Policía Nacional un contrato con los representantes locales de Combined Systems por US $2.262.936 (Ver portada contrato)
El objeto del contrato es la compra de granadas de gas, armas lanzagases y otras municiones antimotines. Quien firmó el contrato como directora administrativa y financiera de la Policía fue la entonces coronel Luz Marina Bustos Castañeda, hoy subdirectora general de la institución. La coronel Bustos ahora es general y con su firma ese contrato ha sido extendido y adicionado, hasta nuestros días, en cantidades multimillonarias.
Una de esas adiciones deja ver cuánto le cuesta cada disparo antimotines a los contribuyentes colombianos. Por cada granada de humo blanco pagamos $43.880. Cada cartucho de gas nos vale $27.183. (Ver valor gas)
Otro contrato, esta vez del Fondo Rotatorio de la Policía, indica que Colombia le compró a Combined Systems fusiles lanzagases por $242.604.960. (Ver fusiles lanzagases)
Los principales accionistas de Combined Systems son Point Lookout Capital Partners y The Carlyle Group. El grupo Carlyle es un conglomerado empresarial con múltiples intereses que van desde la banca internacional hasta la tecnología agropecuaria con Syangro Technologies, pasando por la producción de leche en la India con Tirumala Milk. Carlyle es dueño también de la calificadora de riesgos Duff and Phelps que evalúa la seguridad de las inversiones en países como Colombia.
Nuestro país es magnánimo con los conglomerados que explotan nuestros recursos y nos venden lo que no necesitamos en desarrollo de las ‘bondades’ del TLC. Al mismo tiempo es avaro con los campesinos que producen alimentos, severo con quienes se atreven a protestar y generoso con los vendedores de instrumentos para la represión.
Al final ellos se quedan con la plata y nosotros con las lágrimas
Y si los parapolíticos hubiesen actuado como Augusto Pineda
Por León ValenciaVer más artículos de este autor
OPINIÓNLos parapolíticos creyeron que iban a pasar de agache. no tuvieron el valor de defender en público lo que decían y hacían en privado.

La detención de Luis Alfredo Ramos revivió la discusión sobre la parapolítica. No es para menos. Ramos era quien más posibilidades tenía de ganar la consulta interna para escoger candidato a la presidencia del Centro Democrático. Había obtenido una gran votación en las elecciones para Senado en 2002, sus listas al Congreso en 2006 fueron copiosamente votadas y obtuvo
también un gran respaldo en su triunfo a la Gobernación de Antioquia en 2007. Antes había escalado uno a uno todos los peldaños de la política, empezando por el Concejo de Sonsón, su pueblo natal.
En su defensa Ramos está siguiendo el mismo libreto de todos los parlamentarios vinculados a los procesos de la parapolítica. Al principio negó cualquier vinculación con los paramilitares; luego, cuando aparecieron testimonios de encuentros y reuniones con los jefes de las autodefensas, aceptó que alguna vez estuvo en contacto con ellos, pero en función de las negociaciones de paz, nunca para hacer pactos electorales o para tramar negocios ilegales.
Es un mal libreto. Con ese discurso han sido condenados 60 congresistas elegidos en 2002 y 2006. A la Corte Suprema de Justicia no le ha resultado difícil demostrar que no fueron reuniones aisladas, que se trató de negociaciones prolongadas por mano propia o a través de terceros para crear grupos políticos o fortalecer algunos ya existentes, para facilitar el acceso a los territorios controlados por los ilegales, para presionar a los electores, controlar registradurías y obtener cuantiosas sumas de dinero con destino a las campañas.
De esas cosas se hablará en el proceso a Luis Alfredo Ramos. La Corte Suprema de Justicia tendrá a la mano la historia de Alas-Equipo Colombia, el movimiento que agrupó a líderes de Antioquia y de la costa Atlántica, y que obtuvo grandes votaciones en las zonas de dominio del paramilitarismo bajo la conducción de Ramos y de los Araújo en el Cesar.
Podrá examinar la investigación realizada por Claudia López que hace una radiografía del comportamiento electoral atípico en diversas zonas de Antioquia, que favoreció ampliamente a esta fuerza política. Podrá mirar todas las pruebas recolectadas para condenar a otros miembros de esta organización. Es difícil que Ramos salga bien librado de este proceso.
Ahora bien, cada vez que cae a la cárcel un importante dirigente de la parapolítica quienes prohijaron o toleraron este fenómeno se rasgan las vestiduras y se desatan en acusaciones de parcialidad de la Justicia, de segundas intenciones de la Corte. Dicen que en cambio los exguerrilleros venidos a la paz gozan de grandes privilegios. No advierten que los dirigentes políticos que se asociaron con los paramilitares escogieron un camino errado al momento de los acuerdos de paz con las autodefensas. El único que se atrevió a tomar el camino adecuado fue Augusto Pineda.
Este dirigente conservador se desmovilizó con el Bloque Héroes de Granada y el diario El Colombiano lo presentó así en los días en que confesó su pertenencia a las autodefensas: “Fue jefe de debate del conservatismo en Medellín, ex viceministro de Trabajo, cercano a Equipo Colombia que dirige el senador Luis Alfredo Ramos”.
Y luego agregó: “Augusto Pineda Hoyos es tataranieto del general Anselmo Pineda, edecán del prócer José María Córdova y comandante de la guerra de los supremos en Antioquia, y miembro de una familia con vínculos históricos con el expresidente Mariano Ospina Rodríguez”.
Augusto Pineda con esos abolengos y esa historia personal se atrevió a poner la cara y accedió a los beneficios de la Ley de Justicia y Paz que le daban la oportunidad de seguir con su vida social y política. Creo que lo mismo tenía que hacer el resto de líderes políticos que acompañaron a las autodefensas. Es lo que hicieron los guerrilleros del M19 y de otros grupos, y sus aliados más cercanos, a principios de los años noventa del siglo pasado, cuando firmaron un acuerdo de paz y se acogieron a las reglas de amnistía e indulto vigentes en esa época.
Pero no, los parapolíticos creyeron que iban a pasar de agache. No tuvieron el valor de defender en público lo que decían y hacían en privado. No fueron capaces de confesar su asociación con fuerzas ilegales para disputar el poder local y nacional. Ahora están pagando su cobardía.
Así empiezan los paros que no existen
Por Daniel Samper OspinaVer más artículos de este autor
OPINIÓN “Piloto, ¿quiénes son esos ‘caddies’? No, presidente, son campesinos”.

Es domingo 18 de agosto y el presidente Santos sobrevuela Boyacá.
Hace rato no daba una vueltica en el helicóptero, capitán: linda tarde de sol para ir a Sopó a comprar postres en Alpina… Quiero tener un detalle con Tutina por haber salido en la portada de Vogue.
-Lo felicito, señor presidente.
-Pero acá la oposición no reconoce los triunfos del gobierno: si hubiera sido doña Lina en el magazine Arrieros Semos o Dalita Navarro en SoHo, todos estarían aplaudiendo.
-Tiene razón, presidente.
-Piloto, ¿quiénes son esos caddies que están echando piedra allá abajo?
-No son caddies, presidente: son campesinos.
-¿Y eso qué significa?
-Que están descontentos.
-Quiero decir: campesinos, esa palabra: ¿qué significa?
-Que trabajan en el campo.
-¿En el campo de golf?
-No, no, presidente: en el campo, campo.
-¿En Anapoima? ¿Son cuidanderos?
-No, presidente. Gracias a ellos tenemos papas y verduras en nuestras casas.
-¿Lo que usted me trata de decir es que trabajan en Carulla? ¿Son los que embolsan?
-A ver si me explico: esos hombres son labradores.
-Qué raro: parecen humanos. Los labradores tienen cuatro patas, yo tengo en la finca. ¿Y qué es lo que hacen allá abajo?
-Queman llantas, presidente. Queman llantas porque están descontentos.
-Qué raro: cuando yo quiero quemar llantas, hago ejercicio. Es mucho mejor.
-Es que estos campesinos están en paro, presidente, porque están quebrados.
-¿Y no serán más bien terroristas?
-No, presidente: son paperos.
-Pueden tener papas bombas… ¡Voy a mandarles al Esmad!
-No: solo quieren negociar…
-Pues están locos: que sepan de una vez que, a menos de que hayan secuestrado gente, reclutado menores o hecho tomas a pueblos, yo-no-ne-go-cio-con-vio-len-tos. Y menos si se ponen la falda tan arriba.
-No son faldas, presidente: se llaman ruanas.
-Con mayor razón hay que judicializarlos. En el gobierno pasado me enseñaron que la Justicia es para los de ruana. Lo decían Sabas y Diego Palacio.
-¿No prefiere hablar con el ministro de Agricultura antes de judicializarlos?
-¿Hay ministro, acaso?
-Sí, el doctor Estupiñán.
-¡Ah, sí, él!: pero me temo que Estupiñán es el apodo, no el apellido.
-Pero el paro se crece...
-¿Cuál paro?: yo solo veo a unos cuantos miles de campesinos que protestan. Y que cierran las vías. Y que tiran los alimentos a la calle: ¿de qué paro hablan, si el tal paro no existe?
-Y me temo que los votos de la reelección en Boyacá tampoco, presidente.
-¿Qué hacíamos en el gobierno de Uribe pasado con estos... cómo es que se llaman?
-¿Paros?
-No, los que protestan.
-¿Campesinos?
-Eso: campesinos. ¿Qué hacía el gobierno de Uribe con ellos? ¿Les paraban más bolas?
-Claro que sí: el programa agrario del doctor Uribe les permitía viajar, conocer las ciudades, saber qué es un semáforo y una cartulina; a veces, incluso, les ponían uniformes de la guerrilla para poderlos velar.
-De todos modos esto no es un paro, y me perdona: si reconocemos que es un paro, ¿qué sigue?
¿Decir que hay guerra en Siria?
-¡Mire, esos paperos marchan hacia la boca del lobo!
-¿El expresidente Gaviria está allá abajo? Bueno: finalmente, todo comenzó por él...
-No, digo que están caminando hacia la tanqueta del Esmad.
-¿Y por qué hay humo blanco? ¿Los paperos están eligiendo nuevo papa? ¿Por eso se llaman paperos?
-Es que están echando gases, presidente.
-¿O sea que Angelino está allá abajo?
-¡Mire: le están dando una golpiza a un campesino!
-Bueno, pero no hay que exagerar: en todas partes hay diferencias…
-Pero le están dando duro y la gente se está alebrestando.
-Pues la tal golpiza no existe.
-La protesta está creciendo.
-No me parece: son unas hormiguitas que corren ahí, de lado a lado.
-Esto se puede salir de las manos.
-¡Qué va! El tal paro no existe: el paro agrario son los papás.
-Se están tomando las calles…
-Bueno, pero ahí está listo Luchito: si hay tomas, él aparece.
-Mire: ahora los campesinos botan la leche como protesta.
-Sí, pero no lloremos sobre la leche derramada.
-¡Y sacan cacerolas!
-No importa: desde hace rato importamos huevos para que tengan qué freír.
-¡Y pancartas diciendo que a usted no le importa el campo!
-¡Cómo pueden decir que no me importa el campo si justamente estamos logrando que todo lo del campo sea importado!
-Están que explotan…
-Pero no nos amarguemos, que es fin de semana: más bien cuénteme, ¿qué tal vio a Tutina en Vogue? Ah, qué orgullo... Tutina en Vogue… Yo en Time…: ¡falta mi hijo Esteban en Men´s Health! ¿Él estará allá abajo?
-No: los de abajo son del Esmad y él está en el Ejército.
-Lástima: si no bajaba y lo saludaba de beso.
-¿Nos devolvemos ya?
-Sí, aunque por mí me quedaba viviendo acá, en las nubes.
-Creo que ya lo hace, presidente.
-Como sea, lindo el paisaje, bien lindo el campo … Y grandote. Con razón Carlos quería fraccionarlo. Y lindos esos san bernardo.
-¿Perdón?
-Los que vimos…
-Labradores, presidente. Eran labradores.
-Eso. Lindos.
Los niños muertos
Por Antonio CaballeroVer más artículos de este autor
OPINIÓN Las intervenciones guerreras llamadas de pacificación no solucionan nunca los problemas, sino que los empeoran y complican.
¡Ay, los niños! (y las niñas). Muestran las televisiones del mundo imágenes de niños amortajados en Siria, envenenados por las armas químicas del gobierno de Bashar el-Asad, y la opinión pública se estremece de horror. Hasta el secretario de Estado de los Estados Unidos, hombre curtido en la guerra de Vietnam, se espanta: es, dice, “una obscenidad moral”.
Y las almas buenas –editorialistas, columnistas y caricaturistas de prensa, personas que escriben cartas a los periódicos o tuitean por sus teléfonos celulares– se indignan: ¿no va a hacer nada la comunidad internacional?
¿Qué? ¿Bombardear Siria? Y cuando los bombardeos hayan resultado insuficientes para derrocar al tirano ¿van a invadirla? Se trata, dicen, de castigar a el-Assad por usar armas químicas contra su pueblo, como lo han denunciado con fotos los rebeldes. La investigación de la ONU no ha terminado cuando escribo esto –jueves 29 de agosto–, pero tampoco empezó la prometida hace unas semanas, cuando el gobierno sirio denunció por su parte, también con fotos, a los rebeldes por usar armas químicas. Por lo visto todo el mundo tiene armas químicas en el Oriente Medio.
¿Y quién las fabrica? ¿Quién las vende? Los mismos países que hoy quieren castigar a sus clientes destruyéndolas para que las tengan que comprar otra vez: las hipócritas potencias de Occidente.
Pero un bombardeo a Siria no es un juego, y una invasión mucho menos. Siria no es el pequeño Kosovo, cuyo sometimiento les tomó una semana a los aviones de la Otan, y ni siquiera la Libia del coronel Gadafi, que aguantó muchos meses la embestida antes de hundirse en un caos del que tardará años en recuperarse.
Siria es un país fuerte y bien armado, y cuenta con amigos poderosos: Irán, Rusia, la China. Eso lo saben los Estados Unidos, y por eso vacila el presidente Obama, sin atreverse a meter el dedo en el engranaje de la intervención militar. Hace un mes cometió el error de fijar una “raya roja”intraspasable: el uso de armas químicas.
Pero ese homenaje a la hipocresía desde la corrección política lo ha llevado demasiado lejos: a la intervención no deseada, so pena de mostrarse pusilánime ante los enemigos y ante su propio pueblo. Y a ella lo empujan también las almas buenas del mundo con su ánimo punitivo, que no entienden cómo es posible que la “comunidad internacional” no haga algo para detener la barbarie.
Lo malo es que la llamada comunidad internacional, al margen de que ella misma encarna la barbarie, no es una comunidad; y además la historia reciente ha demostrado de sobra que cuando intervienen para resolver un problema –en Libia, por ejemplo –, lo que hace es agravarlo.
No es una comunidad. Es decir, no es un agregado de intereses comunes, sino un enredo de intereses contrapuestos: en esta misma columna la he llamado un canasto de víboras. O si no tanto, por lo menos una imposible suma algebraica de amigos con enemigos: los Estados Unidos menos Rusia, más Francia, menos la China, y con un Reino Unido dividido entre un gobierno a favor y un Parlamento en contra, para mencionar solo a los miembros del Consejo de Seguridad con derecho de veto ante cualquier propuesta de acción colectiva.
Y, en la región, Israel a favor, Irán en contra, el Líbano en contra, Jordania temblando, los emiratos del Golfo a favor, Arabia Saudita a favor, Irak en contra, Kuwait indeciso, Turquía muy nerviosa, Egipto esperando turno de invasión de castigo.
Y a todo eso hay que sumarle los elementos sociales y religiosos: los odios sectarios entre chiítas y sunitas, las infiltraciones terroristas, la presencia y la acción de Al Qaeda, de Hamas, de Hezbollah. Y también, claro, los altibajos del precio del petróleo.
No es posible sacar de todo ese batiburrillo una voluntad común de intervención armada. Sin mencionar siquiera el tema del dinero. ¿Quién va a pagar la guerra?
Queda el segundo punto. Las intervenciones guerreras llamadas de pacificación, por bienintencionadas que se declaren (aunque nunca lo son), no solucionan nunca los problemas, sino que los empeoran y los complican.
El ejemplo más reciente, vivo todavía, es el de la interminable guerra civil de Irak, desatada hace más de una década por la intervención de los Estados Unidos y su “coalition of the willing”.
Ahora que los invasores retiran sus tropas, dejando solo una guarnición de unos cuantos millares de mercenarios llamados “contratistas privados”, atrás queda un país machacado y destruido, y sembrado de cientos de miles de cadáveres. Entre ellos, no solo trescientos, como los que estremecen a las almas sensibles y las llevan a exigir represalias contra Siria, sino varias decenas de millares de niños muertos.
René Orozco Echeverry/Editor/Redactor/elciberecovirtual.blogspot.com
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