COLUMNISTA INVITADO, hoy Oscar Coillazoz
Jueves 11de julio de 2013
COLUMNISTA INVITADO...
Nota de la dirección:
El contenido de la columna que se publica, es de la exclusiva responsable de quien la escribe, sin que comprometa necesariamente el pensamiento de este "Editor de Notas".
La 'imagen pútrida'
El contenido de la columna que se publica, es de la exclusiva responsable de quien la escribe, sin que comprometa necesariamente el pensamiento de este "Editor de Notas".

Óscar Collazos
La obra de arte callejero que se exhibirá en los muros de la calle 26 es un mensaje público sobre la inclusión social y la desconcertante naturaleza del amor.
No fue el único comentario groseramente discriminatorio. Los hubo de desahogo político y de insulsa obscenidad, algo que se ha vuelto habitual en unos espacios de opinión donde se hace a menudo una delirante terapia de grupo.
No pensé en la pareja de marginales que se besa, indiferente a la visita del Presidente de la República y a la presencia de las cámaras; tampoco pensé en el significado de un gesto de amor y deseo en las circunstancias de autodegradación que se viven en comunidades que reciben más desprecio que solidaridad. Pensé en la bajeza de quienes parecen haber modelado su talante moral en la equívoca “superioridad” de “las buenas costumbres”.
Cuando se publicó la imagen de esta pareja, pensé en la literatura y la pintura de otras épocas: en los Caprichos de Goya, en las historias de Dickens y Balzac, en la picaresca española; en las miserias que recrea Cormac McCarthy en su novela La oscuridad exterior; en la mezcla incomprendida de lo sublime y lo grotesco; en El perfume, de Suskind, y en los dramas de Valle-Inclán.
La escena protagonizada por la pareja del Bronx se congelará en la memoria de bogotanos y visitantes en un inmenso grafiti que merecerá rechazos más despreciables que los de algunos foristas de eltiempo.com. No faltará quien quiera ocultar un día la “vergüenza” y recuperar la limpieza de los muros afrentados por la “inmoralidad”.
No descarto el temor de que el Procurador u otro crispado funcionario dictamine que el Gobierno Distrital no puede subsidiar esta clase de arte y lo obligue a desmontar la obra de la calle 26. Nada sorprendente: a medida que nos acomodamos en la aceptación de las más grandes injusticias y acciones criminales, miles, quizá millones de colombianos siguen cultivando una desdeñosa moralidad de seres “superiores”, portadores iluminados del bien y lo políticamente correcto.
Ese desprecio lo produce en este caso la visión pública de una escena de amor en un lugar donde, se supondría, no es posible el amor. Pero ¿dónde es posible, entonces? Yo creo, en cambio, que es precisamente por el lugar donde se desarrolla la escena, por la degradación humana que alcanzan estos seres en un mundo que los vuelve “desechables” por lo que la escena reviste una perturbadora belleza.
Las reacciones contrarias a la realización de este mural revelan, por una parte, los prejuicios que se tienen sobre el “arte callejero” cuando ni siquiera se ha sido capaz de interpretar la humanidad del gran arte clásico encerrado en los museos. Pero ya sabemos a dónde conducen estos prejuicios: a la criminalización de la rebeldía que entrañan y, en casos extremos, al asesinato de un joven artista callejero.
La obra de arte callejero que se exhibirá en los muros de la calle 26 de Bogotá tendrá un valor simbólico mucho más digno que el de las vallas de publicidad que invitan a consumir algún producto valiéndose de trilladas escenas amorosas inspiradas por los artificios de la moda. Es un mensaje público sobre la inclusión social y la desconcertante naturaleza del amor.
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