Elly Burckhardt, arquitecta de la Universidad del Valle.
Bernardo Peña | El País
Usted, que lee estas líneas, tiene todo qué ver con Elly Burckhardt.
Tal vez sin saberlo. A diario los caleños caminamos, atravesamos,
vivimos y soñamos en lugares que primero existieron en la imaginación de
esta arquitecta de estatura pequeña y grandes empeños.
Dos de sus obras más recientes y de las más aplaudidas son el Paseo
de la Avenida Colombia, que le cambió la cara al centro de la ciudad
con más de 11.200 metros cuadrados de espacio público.
Y el hundimiento
de la Avenida Colombia, el túnel urbano más largo del país.
La Elly urbanista también está detrás del Parque de los Poetas, la
Plaza del Comercio, la rotonda de la vía Cali-Yumbo, las Piscinas
Olímpicas y los estadios de béisbol y de baloncesto construidos con
ocasión de los Juegos Panamericanos, entre muchas más.
La Elly privada, la de puertas adentro, busca por instinto el
color blanco, la madera y el cuero; encuentra la paz en la jardinería y
en su casa llena de brisa donde conviven en santa paz perros y gatos,
Cortázar y Le Corbusier; en su mundo que huele a orquídeas, que suena a
Beethoven y a la risa de sus seis nietos.
Hace pocos días, la Cámara Colombiana de la Infraestructura,
capítulo Suroccidente, le rindió homenaje en el Hotel Marriott por una
vida de intenso trabajo por el desarrollo urbanístico de Cali. Más de
50 años de ser referente en una profesión de la que fue pionera
nacional, son razones de sobra para querer entrevistarla.
¿Qué le agradece al Liceo Benalcázar?
Más bien qué le critico (ríe). Hablo del ‘karma’ de ser egresada del
Liceo, porque me formaron con tal sentido de la responsabilidad y del
deber que tengo que estar activa todo el tiempo, haciendo, trabajando...
No puedo estar ociosa, lo cual es terrible, porque cuánto desearía
tomarme la vida con menos seriedad, con menos rigor. Mi día comienza muy
temprano y nunca en mi vida he sentido que me alcancen las 24 horas
para hacer ni la tercera parte de las cosas que me he propuesto. Pero es
también mi gran bendición, al Liceo le debo todo...
Con ojos de arquitecta, ¿qué le sigue enamorando de Cali?
Para empezar, este clima, que de malo no tiene nada porque hasta la peor
de las lluvias dura poco y luego retornan esta placidez, esta brisa
maravillosa. Lo segundo es el río, el río Cali, un privilegio que a
veces quienes hemos nacido y crecido en esta ciudad no vemos ni
apreciamos lo suficiente, a fuerza de costumbre.
Y los demás ríos,
porque esta ciudad está surcada por ríos que ni siquiera han sido
canalizados sino que corren libres, en estado natural, lo que es a la
vez un capital invaluable y un desafío.
Y qué decir de los árboles,
imposible imaginar una Cali sin su aroma, sin su verde magnífico. Esos,
para empezar, son puntos de partida estupendos para cualquier
arquitecto.
Si le extendieran una chequera y le otorgaran el poder para darle a Cali lo que usted quiera, ¿qué le daría?
Uy, qué tan bueno sería eso...
Lo primero que haría sería darle a Cali
más espacios públicos, de libertad, sitios de encuentro, de
esparcimiento, para caminar, para respirar, para contemplar, para poner
mesas y jugar ajedrez, para tocar guitarra si se quiere...
La acogida
que ha tenido el Paseo de la Avenida Colombia ha demostrado que la
ciudad está ávida de espacios al aire libre, de parques, de plazas.
Las personas han tenido que refugiarse en los centros comerciales, que
son excelentes y desables, pero que no pueden ser los únicos espacios
que se les ofrecen a los ciudadanos de a pie, que en sus barrios ni
siquiera tienen andenes para caminar pues están rotos u ocupados por
carros. Y lo segundo que haría, con esa chequera imaginaria, sería
invertir en los árboles de Cali, sembrarlos, limpiarlos, podarlos. La
única envidia que he sentido es por los millonarios sin hijos: quién
estuviera en su lugar para poder gastar toda esa plata en árboles...
(suspira).
Una mujer como usted debió haberse casado con un feminista. ¿Fue así?
Mi marido nunca, jamás me dijo “no lo hagas”. Por el contrario, Tulio
(Echeverry) era el primero que me impulsaba, me daba valor, me llenaba
de ánimo. Yo le decía “tengo miedo de meterme en este proyecto” y él me
terminaba convenciendo de que podría lograrlo, y al final así era. Él
fue arquitecto, dos de mis hijos son arquitectos, también mi hermano y
mi yerno son arquitectos. Como decía mi papá: ¡Qué gente tan falta de
creatividad!
Pero debió haber algo que su esposo le reprochara alguna vez...
Sí, una sola cosa.
Que me metiera en política. Aunque a mí la política
nunca me ha interesado, yo leo esas noticias y sigo de largo, pero en
los años 70 Pardo Llada me convenció de integrar un Movimiento Cívico
contra la corrupción agobiante de aquel entonces.
Yo, que siempre me he
considerado ‘cívica’, acepté participar, y varios llegamos a ser
concejales de Cali. Tulio nunca estuvo de acuerdo con mi decisión,
porque sabía que la política es un terreno amargo, que puede absorber y
desviar. Pero gracias a Dios entré limpia a la política y salí limpia
de ella.
Tras 50 años de carrera, ¿qué tarea tiene pendiente?
Preservar los árboles de la Plaza de Toros. Creo que debe existir una
forma de hacer que la Plaza siga siendo estable financieramente sin
tener que sacrificar árboles que tienen, como mínimo, 25 años.
Entiendo
que propuestas como la de vender el parqueadero serían una forma de
obtener recursos que son necesarios, pero creo que en Cali es posible
construir sin arrasar, hay que encontrar una forma de integrar nuestro
entorno natural.
Usted hizo parte de la primera promoción de arquitectas de la
Universidad del Valle. ¿Alguna vez sintió discriminación en un mundo
que, en aquel entonces, era de hombres?
No. Jamás. De los hombres solo he recibido apoyo, amistad, generosidad,
reconocimiento, palabras buenas. Sé que hay mujeres que han vivido otra
historia, no niego su realidad, pero en mi caso no tengo ninguna queja
contra los hombres, siempre he disfrutado de su amistad, su colegaje y
su compañía, empezando por la de mi marido.
¿Qué virtud humana admira y qué defecto se le antoja más deleznable?
Admiro la franqueza. La franqueza brutal. De hombres y mujeres, por
igual. Prefiero siempre la verdad, así duela, antes de saber que uno ha
sido engañado. Y lo que más detesto en la vida es la ostentación, de
todo tipo, la ostentación de dinero, de belleza, de inteligencia, de lo
que sea. Esa es otra maldición que me dejó el Liceo, porque nos criamos
en una burbuja donde todas éramos iguales, fíjese que años después de
graduada me vine a dar cuenta que una amiga de toda la vida era rica,
riquísima, millonaria, y jamás nos dimos cuenta porque eso no nos
desvelaba, claro que había una que otra moda pero nunca ostentación.
Debe ser angustioso, entonces, saber que sus colegas y el gremio de los ingenieros le rinden homenaje ahora...
(Se tapa la cara con las manos) Soy muy tímida para estas cosas, me ha
provocado meterme bajo la cama y no salir. No es falsa modestia,
créame, es física pena.
Mis amigas me lo reprochan, me dicen que uno en
la vida tiene que aprender a recibir, así que he aceptado este
reconocimiento y lo agradezco de corazón y me hace muy feliz, porque
sé que detrás hay mucho cariño sincero de la gente, pero no se me da
naturalmente eso de la figuración.
Cuál es su estado mental más recurrente hoy en día
La gratitud.
Y la paz que se obtiene en el silencio, en la soledad.
Cómo imagina su último momento...
Me gustaría morir en Cali, primero que todo. Luego, en mi cama.
Y
rodeada de mis tres hijos y mis nietos...
Pero no, cambiemos esa parte,
¿cómo voy a aceptar irme si estoy rodeada de la gente que más amo?,
sería dolorosísimo. Mejor morir en Cali, en mi cama, sola y con un
chocolate exquisito derritiéndose en mi boca.
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